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Surfeando olas cuadradas

La modernidad y la postmodernidad (3ª entrega)

 

Se dice que pocos fenómenos marinos son tan peligrosos como el choque de corrientes a gran profundidad que provoca olas cuadradas. El hondo cambio en la sociedad que condujo a lo que denominamos postmodernidad se fue generando por las condiciones de desarrollo de la modernidad y supuso el choque de corrientes sociales a gran profundidad y también peligros que han recorrido los tiempos tras la modernidad. Incluso surfear sobre sus orígenes nos conduce a la confusión. De hecho, si echáramos un rápido vistazo a lo que se ha venido escribiendo sobre la postmodernidad, coincidiríamos con Daniel Bell cuando afirma: “Cualquiera que haya escrito un libro o un artículo sobre el tema comienza con una disculpa sobre la incapacidad de definir el término. Es comprensible ya que, si fuera definible, no sería postmodernismo, al tener entonces un referente identificable”.

Al principio, el concepto no tuvo el significado que ahora se le asocia. La forma en que hablamos de postmodernidad en esta serie de entregas, se refiere al escenario y su realidad tras el agotamiento de la modernidad. Pero, como recurso analítico de aproximación, deberíamos distinguir entre posmodernismo, o PoMo, con un marcado acento en la cultura y las artes y postmodernidad, que cuenta con lo social como elemento configurador. Y, pese a que sería importante clarificar la distinción entre lo cultural y lo social, en la práctica es imposible lograr tal diferenciación ya que día a día lo social se va tiñendo de cultural.

Con posmodernismo vamos a referirnos aquí a hechos culturales e intelectuales, al sistema de producción, distribución y consumo de bienes simbólicos y a todo un entorno que cuestiona el conjunto de los elementos fundamentales de la Ilustración europea en sus diferentes formas. En lo social, en la vida diaria, la postmodernidad se refleja en el desmoronamiento de las jerarquías del conocimiento, en la ampliación del territorio de frontera entre la “alta” y la “baja” cultura, de hecho, fue el propio ministro de Cultura José Guirao quien afirmó: “Lo de la alta y baja cultura es un invento clasista”. Efectivamente todo se mezcla y en ese territorio de frontera es precisamente donde se focaliza el interés Al mismo tiempo, aumenta el aprecio por lo local más que por lo universal. 

En definitiva, una ciencia y un pensamiento débil que frente a una lógica y una ciencia fuerte, da libre curso a la interpretación, frente a las políticas de partido, ofrece apoyo a los movimientos transversales, frente a las vanguardias artísticas, un arte popular, y frente al etnocentrismo de la civilización de la modernidad, el valor de la pluralidad de las culturas.

Según afirma Amalia Quevedo en su libro “De Foucault a Derrida”, el pintor británico John Watkins Chapman fue el primero en utilizar el concepto “postmodern” en el año 1870. Por el contrario, Perry Anderson en “Los orígenes de la posmodernidad” adjudica tal protagonismo a un amigo de Unamuno, Federico de Onis, que lo utilizó en la “Antología de la poesía española e iberoamericana (1882-1932)” publicada en 1934 en un Madrid testigo de la Huelga General Revolucionaria de octubre de dicho año. Lo empleaba para definir lo que él entendía como un reflujo conservador en la corriente del modernismo, que desarrollaba una tendencia al perfeccionismo detallista y el desarrollo de un humor irónico. Planteaba De Onis el contrate de esta tendencia, de vida breve en su opinión, con un potente sucesor al que denominaba “ultramodernismo”, como intensificador del radicalismo del modernismo, y lo situaba entre las vanguardias del momento.

Por su parte Modesto Berciano, en su libro “Debate en torno a la posmodernidad”, nos dice que Rudolf Pannwitz en su obra “La crisis de la cultura europea” de 1917 habla del hombre posmoderno, al que identifica como muy cercano al superhombre de Nietzsche, militarista, nacionalista y elitista.

El término, en un contexto diferente y como categoría histórica, aparece en la obra de Arnold Toynbee. En el inicio de su “Estudio de la Historia”, en su primer tomo publicado en 1934, Toynbee defendía que la historia reciente de Occidente se había moldeado por la presencia de dos grandes impulsos, la industrialización y el nacionalismo y que ambos se enfrentaban entre sí. La escalada de la industria superaba las fronteras del nacionalismo, que se orientaba hacia comunidades cada vez más limitadas y menos viables. Fruto de este enfrentamiento, la Gran Guerra puso de relieve las limitaciones del concepto de estado- nación que todavía habita entre nosotros al igual que otras dos tendencias, el nacionalismo y la globalización de la economía.

Quince años después, y tras las dos guerras mundiales del siglo XX, Toynbee retomó la publicación de su obra profundamente impresionado por ambas tragedias. Previamente D.C. Somerwell, un habilidoso historiador con exquisita capacidad para hacer resúmenes de grandes obras, comentando la obra de Toynbee se refirió a un rompimiento posmoderno con la modernidad. 

Toynbee aceptó el término y, en el octavo volumen de su obra publicada en 1954, denominó “post-modern age” a la época que se había iniciado con la guerra franco-prusiana en la que surfeamos. Ahora bien, su concepto es esencialmente negativo, pues sus características son ruptura, guerras, enfrentamientos civiles, revolución, anarquía, un profundo colapso de la racionalidad y un perverso relativismo. Para Toynbee. “Las comunidades occidentales se hicieron modernas apenas hubieron logrado producir una burguesía lo bastante numerosa y competente como para convertirse en el elemento predominante de la sociedad”. Sin embargo, en la edad postmoderna, la clase media ya no llevaba las riendas.

Casi al mismo tiempo que Toynbee, Charles Olson, en una carta a un amigo, describió como posmoderno al mundo una vez superada la época de los descubrimientos y la de la revolución industrial. Poeta y al mismo tiempo político en activo del partido demócrata, presentaba en su extensa obra, una visión positiva de la postmodernidad.

A finales de los años cincuenta del pasado siglo, el sociólogo norteamericano Charles Wright Mills volvió a dotar al término de negatividad hacia la postmodernidad. En su obra “La imaginación sociológica” afirmaba: “Estamos ante el final de lo que se llama Edad Moderna. Así como a la Antigüedad siguieron varios siglos de ascendencia oriental que los occidentales llaman, provincianamente, la Edad Oscura, a la Edad Moderna le está siguiendo ahora un período posmoderno”, sostenía que los ideales modernos liberales y las tendencias del socialismo se estaban derrumbando, a la par que la razón y la libertad divergían en una sociedad posmoderna de profundo relativismo y vacua conformidad. Una visión con una negatividad similar cotresponde al crítico literario Irving Home. Su origen común, una élite intelectual de la izquierda neoyorkina, hace que tal coincidencia no sea una casualidad. Home utilizó el término para describirlo como una ficción literaria incapaz de reflejar un entorno social cada vez más difuso.

Al mismo tiempo, Peter Drucker en su obra “Landsmark of tomorrow. A report  of the New Post-Modern World”, publicada en 1959 en España como “Los Hitos del mañana”, configura una visión positiva de un mundo futuro en el que la postmodernidad conseguiría la eliminación de la pobreza y la ignorancia, la desaparición de los estados- nación, el final de las ideologías y un proceso de tecnificación  y eficacia universal.

Como vemos, las olas formadoras avanzan en direcciones de cruce capaces de generar esas complejas y peligrosas olas cuadradas a las que aludimos en el título de esta tercera entrega. 

En la próxima, nos adentraremos en la época de los post en el arte, en la literatura, en la economía y en la sociología. 

 

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