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Susana Díaz y Pedro Sánchez, el cariño verdadero

Susana, 'El Pasmo del Tardón', está muy ilusionada en recuperar la Junta que onerosamente perdió.

 

Refiere Susana Díaz Pacheco, la que fue otrora el Pasmo del Tardón en la política de torbellino y serpentina, como Belmonte lo fuera de Triana en el arte de Cúchares, que está muy ilusionada en recuperar la Junta que onerosamente perdió, que ya sabe que no es normal que siga en la oposición después de haber presidido el Gobierno andaluz,  pero su voluntad es recuperarlo y que lo ha hablado con Pedro Sánchez el cual  ha sido muy cariñoso y comprensivo con su actitud, que por algo ha dejado en manos de gente de su confianza las diputaciones andaluzas para que siga manteniendo su red clientelar fundamentada en la devotio ibérica y en el integrismo susanista.

Por su parte, los miembros destacados de la acorazada Brunete del susanismo que asaltó Ferraz agarrados a la cola del caballo de Pavía bajo la consigna de “este lo quiero muerto hoy”, refiriéndose a Pedro Sánchez, han lanzado a la opinión pública y publicada una carta pidiendo al PP que se abstenga en la investidura como ellos hicieron con Rajoy y para lo cual tuvieron que echar al mismo Sánchez y montar una gestora de dudosa legitimidad. Esto debe causar mucha risa a las jerarquías populares, puesto que se les pide, en nombre de aquella abstención, que apoyen al Sánchez que ellos defenestraron por no apoyarla y que las primarias que el actual presidente en funciones ganó en disputa con Susana Díaz, cuando aún era el Pasmo del Tardón, fue con el eslogan de “no es no”, refiriéndose a la negativa a apoyar la continuidad de Rajoy en la Moncloa.

 

En realidad, lo que los firmantes de la carta vienen a decir es que ellos llevaban razón, que la gobernabilidad de España requiere extraños entendimientos y que Sánchez en su empecinamiento no estuvo a la altura de aquellas circunstancias y que ahora pide lo que en su momento negó.

 

Lo más extravagante de todo esto es que Ferraz lo haya utilizado como argumento para solicitar al PP que facilite la investidura de Sánchez y que esté firmado por dos abstencionistas de entonces muy significativos; José Luis Ábalos o Adriana Lastra. Hay un desconcertante tacticismo y poca política en estos avatares en busca de una mayoría parlamentaria, como lo hay en la falta de liderazgo en el sanchismo andaluz. Quizás porque la ley de hierro de las oligarquías funciona siempre: se produce, según Michels, un proceso de “circulación de élites” que ya estudiaron los autores italianos Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, según el cual en un sistema democrático las élites en el poder político se verán refrescadas por la llegada de nuevas personas surgidas de los estratos inferiores, pero que al acceder al poder pasan a convertirse a su vez en élites dejando necesariamente de pertenecer a la ciudadanía corriente.

Los que asistimos a los actos sanchistas en la campaña de las primarias pudimos contemplar unas bases ilusionadas, recuperando un  espíritu de compromiso socialistas hacía mucho tiempo abandonado, un entusiasmo por la reconquista de los valores de la izquierda y las políticas de progreso que se han ido diluyendo ante un tacticismo sin calado programático de base ideológica. En las bases y la ciudadanía de a pie queda la pátina de una perplejidad casi metafísica. Después del triunfo sobre el susanismo contemporizador de una derecha esquilmadora de las mayorías sociales, bases y simpatizantes socialistas comprueban como se recompone el partido como una organización burocrática modelo en la cual los objetivos van amoldándose a las condiciones existentes, impuestas por los poderes fácticos, y a lo que se puede alcanzar en cada caso.

Es por ello, que el cambio político ya no está en la agenda. No hay que olvidar que la democracia es un régimen de poder y una reforma es una corrección de abusos mientras un cambio es una transferencia de poder, lo que produce que una izquierda tímidamente reformista no pueda evitar los déficits democráticos. Conviene recordar la advertencia que hacía el socialista Luis Gómez Llorente, durante el debate del proyecto constitucional, sobre la urgente necesidad de evitar caer en la mala tentación de mantener artificialmente un aparato político sin otro fin en todo su tinglado que marginar por completo la voluntad auténtica de los pueblos de España y la postergación desesperanzada de las clases oprimidas.

 

Porque como gustaba decir a Ferdinand Lassalle, los problemas constitucionales no son, primariamente, problemas de Derecho sino de poder y éste sí que no ha cambiado de manos después de la Transición.

 

Los susanistas en las trincheras, según la que fuera el Pasmo del Tardón con el cariño de Pedro Sánchez, los sanchistas andaluces recolocados –es curioso que algunos intelectuales y profesionales marginados lo son por ambas partes, seguramente por la ley de las oligarquías- y con el principal propósito de lo que para Largo Caballero era el peor pecado que podía cometer la izquierda: llegar al gobierno y decirle a las masas “ya veremos qué podemos hacer.”