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Un gran proyecto: el cambio de un logotipo

«¿Pues, abuelo, si en el colegio hago una A tan mal me la hacen repetir cien veces».

 

El personal esperaba de los nuevos regidores de la Junta de Andalucía lo prometido: mirar con microscopio el destino de cada euro. Pero ¡ah! el poder debe tener un maleficio oculto, causante de perturbaciones para quienes lo conquistan, enfermedad no clasificada por ahora, creo, en los gabinetes de psicología clínica.    

Admitamos con la buena fe de los carboneros la ausencia de cualquier estratagema sucia. Admitamos la tentación de perpetuarse algún prócer para exclamar ante sus nietos: «¿Sabéis los autores del cambio del logotipo? Sí, el del paragüita  o parapente impreso en un sinfín de documentos repartidos por Andalucía por una contrahecha primera letra del abecedario? Pues fui uno de ellos, tu abuelo, en un alarde de imaginación o de trascendencia política». 

El niño ─es de suponer─ pondría carita de besugo para decirle: «¿Pues, abuelo, si en el colegio hago una A tan mal me la hacen repetir cien veces».  

El nuevo proyecto de logotipo parece responder a un subconsciente arrepentido: inicia la A, y cuando menos se espera ¡zas!, ahí se queda, con su palito horizontal inclinado, como tarea inacabada encerrada en su propia configuración y con un brusco giro ─¡voto a Bríos!─ hacia la izquierda, precisamente. 

Las obsesiones por los cambios para perpetuarse en la Historia es como aquel, sin motivo ni razón, al deja a su mujer plantada para irse con la más polémica del barrio. ¡Chicos: si habéis  decidido cambiar háganlo para mejor!

A un servidor le importaría un bledo semejante entretenimiento, pero ¡oh quimera! cuando todos los asuntos estuvieran resueltos; sin  embargo, tal y como está el panorama, tire usted por donde tire, las cosas se mantienen a trancas y barrancas con más parches Sor Virginia de los deseados por sus fabricantes. Y, además, se calculan ─siempre las previsiones aumentan, otro de los misterios─ unos cincuenta mil euritos de nada el coste de la A inacabada. Aunque nadie puede creerse un coste tan bajo dado el inmenso aparato burocrático, desde cartelería a sábanas de hospital para intentar evitar su mangoneo, etc.  

Admito mi analfabetismo para valorar la belleza y ─repito─ trascendencias subliminales de los logotipos. Tal vez en algún sector de mi cerebro fallen algún grupito anárquico o poético, nos sé, de neuronas. Pero mandan unos huevos muy gordos meterse los sesudos señores del PP. Ciudadanos y Vox en semejante empresa. Es más, el actual lo encuentro como más simbólico: la partida de una montañita verde de un parapente también verde hacia el cielo con pretensiones de tener una visión limpia, sosegada y ajena a este mundo excesivo de gilis. 

Pues, acostumbrados a dar voces en el centro del Sáhara, ruego a un dios mauritano haga reflexionar a don Elías Bendodo para buscar otros proyectos más coherentes. Me hubiese gustado  hablase con un médico, antiguo alumno, donde en un cuarto de hora me expuso una situación deprimente del cercano círculo sanitario donde ejerce de pediatra. Y, si quiere, le presento a compañeros docentes desencantados por las mismas parcheadas razones.