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Un tal Griñán

En la sede del PSOE andaluz los bisoños guardia de corps​ de Susana Díaz llamaban viejo al tal Griñán y otras lindezas calificándole de demodé político.

 

Cuando en 1992 Felipe González decidió nombrar ministro a José Antonio Griñán, en las redacciones de los medios se preguntaban: «¿Y quién diablos es este?». El editorial de un periódico de amplia tirada, llevaba por título: «Un tal Griñán». Al día siguiente, el propio Griñán telefoneó al rotativo para protestar. Siguiendo con la broma, llamó al jefe de la sección de Sanidad y, cuando este le preguntó que quién era, respondió: «Un tal Griñán».

El político madrileño, inspector de trabajo por oposición, siempre ha querido huir de la etiqueta de tecnócrata, su vocación y propósito en cuanto a la vida pública lo sitúa en los dominios de la metafísica política, lo que le ha llevado a padecer, sin embargo, alguna adherencia de pedantería e ingenuidad. Es en el fondo, y a pesar de los tiempos que vivimos de chabacanería con respecto a las ideas, un ideólogo más o menos brillante pero que, por ello, mantiene en las meninges un territorio pulcramente ético.

Es, buscando la coherencia, por lo que rechazó la proposición de Felipe González de ser candidato a la alcaldía de Sevilla por su negativa a participar en las costumbres religiosas de la ciudad ni siquiera en su dimensión identitaria o folclórica: “Tampoco comparto esta evasiva que sirve de justificación para quienes son devotos festivos sin devoción religiosa”.

Casi nunca los giros de cierto ingenio salen de la cabeza de nadie como Minerva de la de Júpiter: adulta, con armadura y perfectamente dispuesta para la pelea. Es por ello que el metafísico Griñán en demasiadas ocasiones, como una flor en un desnudo sepulcro, no supo, o no pudo, ver el escenario donde recitaba su monólogo ni las intenciones secretas de algunos recipiendarios y recipiendarias de San Vicente. En la sede del PSOE andaluz los bisoños guardia de corps​ de Susana Díaz llamaban viejo al tal Griñán y otras lindezas calificándole de demodé político mientras la ingenuidad del ex ministro dejaba que ocuparan todos los intersticios del poder orgánico e incluso le daba a Díaz una lista de libros que le recomendaba que leyera, sin saber que eran malos tiempos para la lírica y para Griñán que incluso hoy sigue sin tener el apoyo de San Vicente donde Juan Espadas no es partidario de que se le conceda el indulto.

La crisis del régimen de poder del 78, régimen construido para darle continuidad enjalbegada al franquismo sociológico, se produce cuando ya es imposible, mediante la apariencia y la propaganda devenida en uniformidad mediática, mantener el autoritarismo estructural del sistema bajo la traza de una democracia en exceso degradada. El régimen se atrinchera, para lo cual criminaliza el malestar y la protesta ciudadana, la discrepancia y la alternativa política, convirtiendo todo ello en materia de orden público y delito común.

No otra cosa es lo que dijo el Tribunal Superior de Justicia del Estado Federal de Schleswig-Holstein en el caso del “procés”; el argumento central del tribunal alemán fue que la calificación que hizo el Juez Instructor del delito de rebelión en sus autos, confirmados por el Tribunal Supremo, era radicalmente incompatible con la democracia como forma política. En la actuación del juez instructor y de la Sala de Apelaciones había un atentado contra la democracia tal como es entendida esta forma política en el “espacio jurídico común de la Unión Europea”. Es decir, que no aconteció nada que no se dé en “manifestaciones, convocatorias de boicot o huelgas”.

A partir de las vejaciones al pensamiento de Montesquieu infligidas por el franquismo, tuvo hechuras perversas la univocidad conceptual del poder que se concretaba en el precepto: unidad de mando y diversidad de funciones. Es por ello, que el postfranquismo fáctico ha tenido pocos problemas en perpetuar, aunque con distinto decorado, esa unidad de mando que ahora deriva de las minorías económicas y estamentales que llevan más de cien años condenado a la ciudadanía a padecer un tiempo destinado a pasar. La derecha, como representante de los poderes fácticos, posee la conciencia de que la ecología del régimen del 78 está vertebrada para su propia naturaleza y aquellos que modulen sus pobres jirones ideológicos a los intereses de las élites influyentes.

Por ello, lo extravagante y extraordinario en una democracia se convierte en habitual, como la utilización por la derecha carpetovetónica de las llamadas cloacas del Estado para desprestigiar y criminalizar a los adversarios políticos con la ayuda de puñetas, la inteligencia y las fuerzas de orden, es decir, los estamentos encargados de defender al Estado, dedicadas a laminar a los grupos políticos democráticos.

Los votos particulares a la sentencia del Tribunal Supremo en el caso Griñán advierten: “La sentencia adolece de un importante déficit argumentativo a la hora de analizar el elemento que integra la tipicidad subjetiva del delito de malversación.” Sin embargo, es necesario para la derecha acabar con el gobierno de Sánchez, trufado, según los conservadores, de comunistas y apoyado por terroristas e independentistas, para lo cual, y ante las próximas citas electorales, el PP y Vox exigen que un socialista vaya a la cárcel, porque en la agrimensura morbosa del régimen del 78, el adversario de los intereses factuales y el conservadurismo tiene que ser un delincuente.