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Una preciosa niña me conmovió en la Casa de la Provincia

Si detrás del simple disparador de fotografías no existe una formación humanística ―y don Pablo Juliá la tiene― la impactante foto no existiría.

 

Don Pablo Juliá luce sus sensibilidades en el difícil arte fotográfico en una exposición sita en la Casa de la Provincia. Foto a foto cualquiera termina atrapado por un tiempo pasado, vivido por algunos con intensidad, entre los cuales me incluyo. Si me diesen a elegir tendría un reto, quizá resuelto por el mayor rato  transcurrido inconscientemente en la observación.

 

Pues bien, en blanco y negro ―como la mayoría―, dos personajes principales protagonizan el encuadre de mis preferencias. Los contemplé muchos minutos. Un músico de edad madura de rasgos agitanados, mueve sus dedos para obtener sones de una trompeta curtida en mil actuaciones callejeras; a su lado una niñita, tal vez su hija, de unos cinco años pide dinero a los transeúntes y una cabra en plena exhibición de equilibrio inestable simboliza la obediencia ciega a causa de la domesticación, igual a la de muchos humanos.

 

Algunos curiosos observan la escena de lejos, quizá para escabullirse en dar unas monedas. Y todos bajo el rótulo ‘Plaza de los Venerables’, salpicado el entorno turístico con generosos desconchones.

 

Si dificultosa me resultaba la elección de una foto, fácil sería extraer al personaje de la elegida: la niña. Sin duda la preciosa niña me atrapó por su penetrante mirada inocente y suplicante. Lleva un vestidito con adornos ‘de avispero’, un anillito y una pulserita  ―tal vez inicio  de la coquetería femenina―, extiende un platillo vacío con la mirada fija en la de don Pablo como diciéndole: «¡Déjese de fotos y écheme unas monedas!». La más simbólica expresión de una Andalucía anclada en siglos de carencias, marcada en tristes grises por aquellos arrogantes pordioseros referidos por Ortega y Gasset,  en este caso no orgullosos, sino dignos en su trabajo, aunque inmersos en la injusticia social.

 

Por aquí y allá quedaron plasmados por el señor Juliá políticos conocidos, trajeados de señores pudientes, provocando un llamativo contraste con el pueblo llano, desarrapados algunos en un corifeo pueblerino. Si detrás del simple disparador de fotografías no existe una formación humanística ―y don Pablo Juliá la tiene― la impactante foto no existiría, ni yo escribiría estas líneas impresionado por el recuerdo de haber visto  la escena en mi niñez. Es el dolor, el sufrimiento, la discriminación, las leyes injustas, el hambre de tanta gente, aquí y en tantas partes del mundo…

 

Si no existiesen leyes protectoras de menores y animales, dudo si los titiriteros de los circos ambulantes hubiesen sido eliminados. Cuando la necesidad acucia se agosta el cuidadoso jardín de la existencia de los menos…, y entonces los más exhiben las tierras secas del llamado progreso. Mientras exista la proliferación de guerras, injusticia y pobreza la realidad nos brindará esa cara fea y mal oliente de los titiriteros del mundo.

 

El expresidente del Gobierno Felipe González presentó el pasado miércoles su fundación, repasando muchos aspectos políticos de la historia reciente. De pasada, subrayó; «Tenemos muchos problemas de desigualdades generados por la crisis y amenazas de nuevas desigualdades, así como desafíos gigantescos. Nuestra guía sigue siendo la de luchar contra las desigualdades desde la defensa de la democracia». Siempre nos resulta difícil a los bien situados o medio situados colocarnos en el lugar social de los otros, aunque sea recomponiendo la existencia desde la desdibujada sombra proyectada en el suelo por la cabra, la escalera y los sones de nuestras trompetas.