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Verdugos y reos

Como advertía Norberto Bobbio, no es votar lo que define una democracia sino la capacidad de elegir alternativas reales.

 

En ocasiones se vio en la Sevilla decimonónica que en las reyertas tabernarias por el pago de un gasto en Baco, medió un caballero asumiendo la deuda y al preguntarle el motivo de pagar lo que no le correspondía, afirmaba:

-Soy el verdugo de Sevilla y es trabajo que me ahorro.

Sin embargo, en la España carpetovetónica de hoy nadie quiere ahorrarse trabajo en el trasiego de la vida pública, singularmente la derecha, que crispa el escenario público al objeto de que el acto político quede en el extrarradio de la lucha por el poder. Hay que advertir que en el régimen del 78 poder y gobierno no constituyen sinonimia alguna. El verdadero poder fáctico, el que la transición puso a salvo de cualquier escrutinio cívico, el auténtico dominium rerum, el dominio de las cosas, es el que el caudillismo sedimentó durante cuarenta años sabiendo que el poder siempre es el mismo, las personas son distintas, pero el poder es el mismo y tiende insensiblemente a concentrarse, no ha difundirse.

 

La crisis poliédrica del régimen -política, institucional y social-, procede de la gravosa contradicción que supone el hecho de que estar en el gobierno no es tener el poder y viceversa, que la transición vertebró como elemento seminal del sistema para mantener intactos los sillares de los intereses, influencias, prejuicios y contextos del caudillismo. Esto causa múltiples variables todas ellas malquistas con la calidad y profundización democrática. Como advertía Norberto Bobbio, no es votar lo que define una democracia sino la capacidad de elegir alternativas reales. Cuando la hegemonía cultural y subjetividades impuestas definen un concepto de nación y sociedad compadecido con el conservadurismo más extremo y la disidencia se contempla como una aberración antipatriótica, es cuando el formato polémico propio de la política se exilia para considerar al opositor político como un delincuente.

 

La judicialización de la política es cada vez más el terreno idóneo de la derecha para demonizar y, sobre todo, convertir en delito las políticas que difieren de las suyas. Es la misma estrategia que la del comisario de la novela “Todo modo” de Sciascia, cuando presume de poder hacer bajar del pedestal a cualquiera por muy grande que sea su poder e influencia al ponerlo al nivel de un ladronzuelo de gallinas. Incluso el Papa o el mismo Dios se desmoronarían si se les lleva a una comisaría y le mandan quitarse los cordones de los zapatos y el cinturón de los pantalones. La novela de Leonardo Sciascia nos muestras como la convivencia civil se corrompe irremisiblemente ante la injusticia, el espíritu de facción y los intereses espurios.