César Vallejo – La escritura del devenir
En la lírica vallejana el dolor es un estado de habitable permanencia, manteniendo siempre constancia con las relaciones humanas.
ltalo Calvino afirmaba que “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”
El devenir en la poesía de Vallejo es el hecho que muestra como en la realidad, nada es estático, sino un flujo o corriente dinámica, que va discurriendo que y no se baña dos veces en las mismas aguas del río en que nada su poesía.
En la lírica vallejana el dolor es un estado de habitable permanencia, manteniendo siempre constancia con las relaciones humanas, creando así una imagen emocional que excede al lenguaje formal, al que arropa con un paño de dolor muy singular: Al evocar estos contextos desnudos y humanos, las áreas de emociones representan una amplitud de lo cotidiano. Por ser la cotidianidad el alma de su poesía.
Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habrá quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nada.
.
Posiblemente estamos ante el más inmenso de todos los cantores líricos hispanoamericanos del siglo XX. Cuya humanidad se fue tallando verso a verso en su propio y doloroso costado del desvivir viviendo. César Vallejo está considerado por la crítica más sólida y excitante El poeta más envolvente y humano que ha dado la lengua de Cervantes a la lírica universal. Pablo Neruda lo define de esta forma: «poesía arrugada, difícil al tacto como piel selvática, pero poesía grandiosa, de dimensiones sobrehumanas»
Hay soledad en el hogar sin bulla,
sin noticias, sin verde, sin niñez.
Y si hay algo quebrado en esta tarde,
y que baja y que cruje,
son dos viejos caminos blancos, curvos.
Por ellos va mi corazón a pie…
César Abraham Vallejo Mendoza nació en Santiago de Chuco, 16 de marzo de 1892- En París, un 15 de abril de 1938 nos dio el último de sus adioses. Fue el más pequeño de los nacidos de su madre y sumaba el 11 de los hermanos. Sus padres fueron, Francisco de Paula Vallejo y María de los Santos Mendoza, hijos ambos de curas españoles. La clásica majestad mestiza se debió a que sus abuelas fueron indígenas y sus abuelos gallegos. Era un “hombre muy moreno, con nariz de boxeador y gomina en el pelo”. Los familiares cuentan, que ya de niño jugaba misteriosamente a sentir el hambre. Fue esta siempre su más inseparable y doliente compañera en el hábitat poético y social de su vida.
“Y en esta hora fría, en que la tierra
Trasciende a polvo humano y es tan triste,
Quisiera yo tocar todas las puertas,
Y suplicar a no sé quién, perdón,
Y hacerle pedacitos de pan fresco
¡Aquí, en el horno de mi corazón…!”
Vallejo arranca del modernismo, el tiempo transcurrido lo confirmaría como uno de los más grandes innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras en su país. Su personalidad poética, esa sinceridad transparente
“Vallejo manó en las fuentes helenísticas, pero no se arrojó en la suntuosidad del templo. Los Andes calificaron su palabra, la que tomó de España para dar voz a sus ideales. Su poesía discurre humana, fraternal, llena de dolor y de aliento, sensual cuando es preciso, volcánica o serena, combativa, confesional, signo alfabético de aquellas voces que inequívocamente le articulan en la garganta del corazón”.
He encontrado una niña
en la calle, y me ha abrazado.
Equis, disertada, quien la halló y la halle,
no la va a recordar.
Julio Ortega el más reconocido estudioso del poeta, cuarenta años, nada más y nada menos dedicado a la obra de Vallejo, afirma: “La vehemencia de la poesía de Vallejo es, antes que nada, una muestra verbal cuya emotividad fija, cambia en la lectura, y da a cada quien su parte de diálogo agonista”
De Los heraldos negros:
Idilio muerto
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo coñac, dentro de mí.
Dónde estarán sus manos que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.
Qué será de su falda de franela; de sus
afanes; de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.
y al fin dirá temblando: «Qué frío hay… Jesús!»
y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
Así es, sus versos emanan una inquieta zozobra que conmueve profundamente lo que nombra. Todos sus versos tienen un tatuaje sentimental y nostálgico, las más veces de pérdidas de dolor.