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Con distintos collares

Llevamos dos siglos echando a los Borbones y recolocándolos por cojones.

 

Y llegó el mes de agosto, como el año pasado y el anterior y tantos otros hasta contar sesenta y pocos  que son los que llevo vistos. Ola de calor, noches tropicales, atascos en la operación salida, playas atestadas, uno tras otros se suceden los mismos titulares, las mismas imágenes, los mismos rituales. Aunque creo que este año hay algo novedoso, quizá ha ocurrido algo y no me he enterado muy bien, no sé, a ver si pongo la tele un día de estos.

 

En fin, como ando un poco desocupado me ha dado por leer algo de nuestro pasado, con la sola idea de entender un poco el presente y me he topado con ciertas curiosidades. Una de ellas es que llevamos dos siglos echando a los Borbones y recolocándolos por cojones.

De Fernando el siete podemos decir muchas cosas, pero felón es la palabra que mejor lo define.

 

Con la llegada de los franceses tuvimos la oportunidad de salir de la edad media, abandonar el sistema feudal y liquidar la inquisición. Carlos el cuatro y su hijo “el  felón” lo pusieron fácil pues se arrodillaron ante el infame invasor y, a cambio de unas monedillas y ciertos terrenillos, le cedieron la corona de esa España tan unida que venden algunos. El caso es que, a los magnates y caciques de la época, por no mencionar a los abnegados y austeros miembros de la iglesia católica que tanto bien hacen por la salvación de nuestras almas, no les vino bien que los gabachos trajesen consigo las ideas de la ilustración. Va de retro Satanás, qué es eso de librepensadores.

 

Vuelta a las esencias de la santa madre y padre en muchos casos iglesia y muerte al invasor. Que gran ocasión se perdió de haber dado buen uso a la guillotina, sabiamente diseñada para los finos pescuezos de la nobleza. Pero nos quedamos en el garrote vil, especial para labriegos y peones. Y como no podía ser de otra forma nos conjuramos con los finolis de la gran Bretaña para expulsar a los francos como ya hicieron los Omeyas en el siglo VIII, solo que, en el intercambio, nosotros pusimos los muertos y ellos se llevaron las glorias. Los gabachos se fueron por donde habían venido llevándose la modernidad y las ideas de los librepensadores. Aquí quedo el padre nuestro y la servidumbre a los nobles con su “deseado” al frente. El felón, que seguramente era algo más mierda de lo que ha trascendido y arrampló con cualquier atisbo de modernidad, nos dejó un regalito en forma de reinona gordita que pasaba sus ratos de ocio a lomos de un benemérito. Con tanta dedicación al cargo no es de extrañar que, en cuanto el general Prim se lo propuso, cogió al picolo y cuatro trapos y se trasladó al París de la france a sufrir por sus súbditos. Tras el pronunciamiento del General Pavía, fruto de la hambruna y la crisis económica y financiera originada con la guerra de secesión de los EEUU, se iniciaba un período de turbulencias.

 

Es el mal llamado sexenio liberal, pues hubo de todo menos libertad, afuerparte la constitución de 1868. Primero un rey títere que no entendía nada de este bullicioso y atrasado pueblo de paletos. Amadeo el despistado. Luego, por fin, la Republica. Ah, la gloriosa República. Pero con una no nos bastaba así que proclamamos varias, una por distrito y , de ese modo emergió, de entre la inmundicia borbónica, el movimiento cantonal. Las disputas en las cortes de esta primera intentona republicana no eran a pistola y puñales, pero casi. Once meses y cuatro presidentes. Ahí es nada, a eso se le llama dinamismo político.

No obstante, otro general sobrado de testosterona nos devolvió a nuestro celestial destino. Se trajo en la talega desde el París de la France al descendiente de los insuperables, de los fantásticos, de los files, leales, abnegados, etec, etc  de los Borbones. Y es ahí que, por sus santas pelotas, o las de su caballo, no estamos muy seguros, el general Espartero nos enchufó, vía asonada militar al, probablemente bastardo, de D. Alfonso el doce. Más miseria, mas caciques, mas liberales, más radicales, mas de lo mismo, una y otra vez. Este medio Borbón murió enamorado, al menos eso canturrean los monárquicos nostálgicos de esa sevillania decimonónica impropia de este siglo. Lo cierto es que murió de tisis a edad muy temprana.

 

Aún así le dio tiempo de dejarnos a otro regalito, el trece de los Alfonso.  Gozaba este hombre de todas las virtudes propias de los Borbones (…). Este decimo tercero de los nombrados se coaligó con otro militar para poner orden en sus posesiones. El General Primo de Rivera, precursor de grandes movimientos populares. Pero es sabido que aquí no estamos a gusto ni al sol ni a la sombra. Nueva invitación al soberano para que se retire a sus dominios itálicos y  siguiendo la tradición familiar, nueva desbandada sin decir ni adiós, eso si, llevándose cuanto cupo en los vagones habilitados al efecto. Todo un patriota.

Y una nueva intentona republicana. En esta me detendré un poco más. El noventa por ciento de la población de este país en 1931, labriegos por más señas, estaba hasta los mismísimos de terratenientes, caciques, golpistas, militares africanistas, curas envueltos en formol y toda la camarilla de vividores que se había formado entorno a los nobles cortesanos. Votaron y se aprobó, por escasa mayoría, todo hay que decirlo, que ya era hora de repartir con mejor criterio las tierras de nuestro señor, dejar de estar al servicio de los magnates con títulos nobiliarios, poder dar de comer a sus familias y dejar de ser esclavos.

 

Bueno, con el prínceps en fuga nos aventuramos a poner los cimientos de un nuevo régimen, es decir, nuevo lo que se dice nuevo no era, se trataba de repetir la anhelada república. Manos a la obra, y lo primerito que hacen los avispados políticos es cabrear a los militares quitándoles el chupe. A continuación, la reforma agraria, es decir, quitarles las tierras a los terratenientes y ponerlas en manos de los labriegos para su optimización. Y lo más de lo más, dejar a la Iglesia sin sus privilegios ancestrales y de paso quemarle algunos tempos. El mas tonto de la clase se hubiese dado cuenta que pretender derribar esos tres puntales así a las bravas y en tres días era, por decirlo de forma suave, propio de ilusos. Nuestros reyes a lo suyo, los militares a sus batallas y las izquierdas en los mundos de Yupi.

 

Lo que vino después se puede contar de mil maneras. Pero yo lo resumiré en pocas líneas: Cuatrocientos mil muertos, no se sabe cuantos, desaparecidos, una represión brutal, hambruna, adoctrinamiento, miseria y mas miseria. Más de lo mismo. Y cuando parecía que con la muerte del perro se acababa la rabia, otro Borbón. Un simple cambio de etiqueta se hizo pasar por una transición modélica. Los mismos perros con distinto collar. Y como siempre los imbéciles que lideran las “izquierdas” en sus mundos idílicos más propios de adolescentes en edad de fornicar antes y después de fornicar.

Y aquí nos quedamos por hoy.