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Es hermoso ver llorar a un hombre decente, austero y valiente

Han dejado los restos solos, sin nadie que los cuide o vigile. No puedo llorar. No siento dolor. Estoy flotando. No reconozco el lugar, no oigo las voces.

 

La mañana del lunes tres de septiembre de 1980 la XIX Promoción de Policía Nacional inició su período de formación en la Academia Especial de Badajoz. Esta era una de las tres sedes, junto a Canillas y Aguilafuentes donde ese año se formaba a esta nueva hornada de policías uniformados. Cuatrocientos cincuenta críos de entre 19 y 29 años se apiñaban en unas instalaciones aptas para no más de cien personas. Cinco secciones formaban la compañía. Al mando un Teniente Coronel del ejército de Tierra: Celestino Suarez Fernández. Un comandante, varios capitanes, tenientes, sargentos y cabos primeros acompañaban al TTcol y se constituían en claustro docente.

 

Desde primeras horas de la mañana del lunes día tres fuimos entrando, de uno en uno, a través de una puerta lateral de servicio, directos al patio. La puerta principal estaba reservada a los mandos.  Un patio asfaltado y cercado que sería testigo de muchas horas de dolor y amargura.

 

Conforme el número de concentrados aumentaba nos fuimos reuniendo en pequeños grupos. Algunos en función de su lugar de origen otros simplemente en función del que tenias mas cercano. Aun me duele el nudo que se me hizo en la garganta nada más entrar y ver aquel grupo de hombres que habían dejado atrás sus vidas, sus familias. Cabizbajos, deambulando de un lado para otro.

 

Bien entrada la tarde comenzó el recuento. Por orden alfabético nos fueron nombrando y cada cual intentó responder según le parecía. Los que habíamos sido militares con el “presente”, otros con el “si”, o con el “aquí”, en fin, cada uno lo que se le ocurrió en esos momentos. Eso duró lo que tardó un Sargento con más mili que el palo de la bandera en colocase frente a nosotros y con voz de hombre duro acostumbrado a mandar nos informase amablemente so pena de salir pitando por la puerta de entrada del modo correcto de responder. Fulano de tal. ¡Presente!.

Así dio comienzo un período de cinco meses que acabó el ocho de febrero de 1981.

Abderramán era el número uno de nuestra promoción. No por sus conocimientos ni por su historial miliar, simplemente por su apellido: Ahmed.

Z 4 y Búho 40, ejemplo vivido de resilencia.

 

Ahmed era español de origen marroquí, de eso no cabía duda y se intuía nada mas oír su nombre. Pero se constataba en cuanto abría la boca. Ahmed hablaba con dificultad el castellano, no sabía o no podía pronunciar muchas palabras y lo que es mas significativo, no sabía escribir y apenas podía leer nuestro idioma. No era un caso excepcional, Vladimiro Sánchez natural de Alcalá de Guadaira, casado con cuatro hijos, apenas entendía las cuatro reglas. Aprobó al cuarto intento y con la más que probable ayuda del Espíritu Santo. Muchos chicos de la localidad de Barbate (Cádiz) accedieron en esta convocatoria. Sus manos encallecidas y la piel quemada por el sol y las duras condiciones del mar les daba un aspecto de hombres de las cavernas. Campesinos, marineros, ceutíes, canarios, muchos casados y con hijos. La remesa del agobio, el paro y la desesperación. Un chico al que, después apodamos “Pitágoras” no daba la talla el día que se examinó. Salió del cuartel de Blas Infante con los mocos en la manga. Llamó a su madre que había sido o era planchadora del Sr. Obispo. Regresó minutos más tarde y, milagrosamente había crecido unos centímetros. Los milagros existen.

 

23 de noviembre de 1984. Siete de la mañana. Cuartel de Aldapeta, San Sebastián. Al llegar a la prevención para pasar lista el Sargento nos dio la noticia. Atentado en la frontera de Irún. Un compañero muerto y otro gravemente herido. El “Z” cuatro y el “Búho” cuarenta se dirigen al Hospital Universitario de Donostia que se encuentra en el distrito de Amara. Un Peugeot 504 con insignias policiales y un talbot 150 de color verde camuflado. Un cabo y dos policías de patrulla uniformados en el coche “Z”. Dos policías de paisano en el “Búho”, que hacía de coche escolta. Al llegar al Hospital por la parte trasera, en el descansillo de la entrada de servicio al edificio, sobre una camilla con la colchoneta de color celeste, una cazadora de color marrón extendida boca abajo. Tiene trabillas en las hombreras y parece de nuestro uniforme. Sobre ella un mechón de pelo rizado y oscuro. Debajo nada. Al darle la vuelta vi su cara. Tiznada, irreconocible, los ojos abiertos. Falta la mitad del cuerpo. No están las piernas. No hay nadie en la pequeña estancia. Han dejado los restos solos, sin nadie que los cuide o vigile. No puedo llorar. No siento dolor. Estoy flotando. No reconozco el lugar, no oigo las voces. Todo está nublado. Aún es de noche. A mi derecha el Cabo mira fijamente el cadáver. No muestra sus emociones, pero las lágrimas recorren su mejilla. Aprieta los puños y tapa con la sábana las piernas inexistentes de nuestro compañero. Reacciona, da instrucciones, se pone en su lugar. Es un hombre, está curtido. Lleva varios años en San Sebastián y sabe como son estas cosas. Obedecemos. Somos disciplinados. Sabemos a lo que hemos venido y a lo que nos arriesgamos.

 

Mohamed Ahmed Abderramán dejó viuda y varios hijos. Era el número uno de mi promoción. No sabía apenas castellano pero sabía empuñar un arma. Murió mientras daba una calada a su Winston americano. Había alquilado un pisito en Irún para su familia, pero en esos días se encontraba solo. Los había mandado a casa de sus padres en Ceuta.

 

Políticos con trajes y corbatas se arremolinaban en la capilla instalada en el Cementerio de Polloe. Faltaba la familia del muerto y, sobre todo, faltaba la viuda, Aisha. ¿Porqué no están aquí? No han podido reunir suficiente dinero para costearse el viaje. Los políticos sí han venido. Con sus coches de alta gama y sus escoltas. La viuda llora en Ceuta la pérdida de su marido. Alguien propone hacer una colecta para pagarles el viaje. Demasiado tarde. Como un gesto de generosidad y grandeza política, estos dirigentes socialistas acceden a costear el traslado de los restos de Ahmed a su ciudad natal.  Muchos que ahora se dan golpes en el pecho alardeando de ser sindicalistas se escondían en las comisarias de Madrid buscando el mejor agujero donde cobijarse y desde donde urdir sus estrategias reivindicativas para no dar palo al agua y que el pellejo lo dejasen otros.  Ninguno se atrevió a levantar la gaita. Los demás continuamos varios años mas repitiendo periódicamente actos como el descrito. El desfile de políticos ante los cadáveres de campesinos o marineros medio analfabetos que habían dado su vida para que los golfos de un bando y otro se repartiesen cuotas de poder, era contemplado por hombres que saben llorar en silencio. Es hermoso ver llorar a hombres decentes, austeros y valientes.

En el museo de la escuela de policía de Ávila, en la primera planta, en una vitrina que da al sur, entre objetos diferentes, se encuentran los restos de la STAR 9mm corto de dotación que portaba Ahmed el día de su asesinato. Este es todo el homenaje que nuestros queridos gobiernos ofrecen a aquellos que han dejado su vida en el campo de batalla. Sus asesinos son homenajeados en las plazas públicas. Hace años que llevan vidas normales, y digo normales suponiendo que estas alimañas puedan hacer algo normal. El actual Gobierno de dos cabezas y cuarenta cuernos los ha elevado a la categoría de “interlocutores válidos” para la pacífica convivencia.

 

Dejar la vida en un peaje de autopista, en el camino de la venta Perurena, en el portal de tu casa, dentro de tu coche, al ir a tomar unos vinos, al salir del parking…A esto no nos enseñó el Estado. Algunos sabemos llorar en silencio. Otros se envuelven en banderas con siglas sindicales y gritan proclamas desde la barrera. Que toreen otros.

 

Es hermoso ver llorar a hombres decentes, austeros y valientes.