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Es la política, es la guerra

Los principios de estrategia y táctica militar pueden ser, y son de hecho, perfectamente aplicables en el desarrollo de la praxis política.

 

No es un secreto a estas alturas para nadie que la política y el arte de la guerra son esencialmente lo mismo. Los principios de estrategia y táctica militar pueden ser, y son de hecho, perfectamente aplicables en el desarrollo de la praxis política. Conviene que los líderes de los partidos no lo olviden. Pues pese a contar con abnegados soldados, un mal general puede dilapidar completamente este capital humano. Al igual que un muy buen capital político puede irse por el sumidero en un santiamén por culpa de malos estrategas y malos tácticos, que dejan sin justa recompensa a los militantes que se parten la cara todos los días y que son, en definitiva, quienes tienen poner la otra mejilla cuando el público les afea los errores. Es duro y genera hartazgo. Y si, además, este hartazgo no trae ninguna recompensa, poco más hay que añadir. 

Este, como seguro habrá deducido el hábil lector, no es otro que el caso de Ciudadanos. Percibido en su momento por muchos sectores de la sociedad como un partido fresco y joven, que recogía las mejores tradiciones del liberalismo progresista y de la socialdemocracia, la ceguera, la ambición desmedida y la torpeza sin igual de sus capitanes han destruido completamente un proyecto que merecía gobernar en España. Y sí, era un partido de cuadros. Y sí, la militancia fue progresivamente desplazada. Pero, a pesar de ello, dichos vicios eran corregibles. Los rotos podían arreglarse. Lo que no se puede arreglar jamás es la traición a principios, ideales y personas. Puede uno pensar que los ideales no sirven para nada. Pero deben saber quiénes así opinan que los ideales crean y destruyen civilizaciones, levantan y hacen caer sistemas políticos. Por los ideales se mata y por los ideales se muere. Y un partido sin ideales que nadie se crea de verdad no tiene nada que hacer en política. Sin una idea clara de lo que se quiere conseguir, un partido político no puede existir.

Y no puede porque el ideario es el cemento que mantiene unida a toda la estructura. Lo que hace que miles, millones de personas, cada uno con sus propias ideas y sensibilidades, decidan formar piña en torno a una causa común que comparten. Estos son los cimientos. La base. La maquinaria militar sin objetivos políticos no funciona. Como tampoco lo hace todo el armazón propagandístico y comunicativo del partido. Y las causas necesitan sí o sí líderes que las encarnen. Que las proyecten. Que permitan a la gente estar segura de que la idea puede materializarse. De lo contrario lo que se hace es pedir a los ciudadanos un acto de fe. Y eso, queridos amigos, es munición que no vale un céntimo si no va a acompañada de hechos tangibles. 

Es lo que le ha faltado a Ciudadanos. Sus prohombres pensaron que podían variar sus principios por motivos electorales sin que ello les pasase factura. No entendieron de que la ecuación es al revés. Que el ideólogo va antes que el político. Y que detrás de la ideología lo que se esconde es una filosofía de vida por la que merece la pena pelear, sean cuales sean las consecuencias, y sea lo que sea lo que se pierde en la lucha. Hay que tener claros cuáles son los valores que se defienden y, después, convencer a los demás de que son los correctos y de que el partido es el que mejor los encarna. Ser o no ser. Pero no se puede ser a golpe de encuesta. Un político no puede defender una cosa y la contraria todo el tiempo y esperar que el pueblo, cual rebaño, le toque las palmas y al día siguiente vaya disciplinadamente a depositar la papeleta correcta en la urna.

Y si las lecciones de guerra nos sirven de algo, paladina es la conclusión aquella de que sólo un estratega inepto y un táctico torpe lanzan una ofensiva sin tener controlada su retaguardia y sin prever el próximo movimiento del adversario. Más que nada porque la política, como la guerra, es inmisericorde y no perdona los tropezones. Los militantes de Ciudadanos lo saben mejor que nadie. Porque todo ese talento se enfrenta en estos momentos a la hora de la verdad, presenciando impotente cómo el partido se descompone ante sus ojos. Todo porque quienes llevan el timón no comprenden que es un suicidio arriesgar sin tener algo seguro que ganar o, al menos, una trinchera segura en la guarecerse si las bombas empiezan a caer y todo salta por los aires. 

En el PP, partido que, como el PSOE, no teme a la guerra total y sabe enseñar los dientes cuando es necesario, entienden que ha llegado la hora de la contraofensiva final, toda vez que la ofensiva inicial desempeñada por Ciudadanos como rompehielos del PSOE ha fracasado estrepitosamente. Saben que será un paseo militar y que, ante el enemigo herido de muerte, sólo queda rematarlo sin piedad en un acto de cínica compasión envenenada. Todo ante un PSOE y un Vox que recolocan sus piezas en el tablero a la espera de mover ficha, sabedores de que la política no admite el vacío y de que quien haga el movimiento más astuto a la vez que más osado se quedará con la pieza más grande de la bestia moribunda. 

Habrá quienes celebren la inminente desaparición de Ciudadanos. Yo no soy uno de ellos. España necesita urgentemente un partido que se oponga los extremismos populistas, haga una revolución contra la clase política y defienda tres principios básicos que toda formación debe enarbolar: libertad del individuo, derechos sociales y defensa de los intereses de España. ¿Réquiem o esperanza en el horizonte? Veremos…