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España, ¿la casa común?

En España si defiendes menos descentralización por razones de eficacia y eficiencia eres fascista.

 

La escritora María Elvira Roca Barea, cuyo último ensayo de historia “Imperiofobia y leyenda negra” ha vendido más de 100.000 ejemplares, dice en una entrevista sobre España: “desde 1992 se ha destruido paulatinamente la casa común”.

 

España es un Estado/nación que se remonta siglos atrás. Hay naciones con distintas estructuras: estados confederados, que fueron naciones antes de constituirse como una única nación y tienen reconocido por Naciones Unidas el derecho a la autodeterminación; estados federados (nuestras  comunidades autónomas tienen más competencias que algunos de ellos), territorios que tienen rasgos específicos comunes (cultura, lengua, costumbres…), y que, a diferencia de los confederados, no pueden separarse con la decisión exclusiva de su ciudadanía porque no fueron Estado ni nación antes de la nación actual (Cataluña y País Vasco respecto de España). Hay naciones con estructura estatal descentralizada, como España o Alemania (impuesta por los ganadores para debilitarla tras la II Guerra Mundial), y otros centralizados, como Francia. Tras la dictadura, la decisión de debilitar la fortaleza del Estado-nación español la tomaron los políticos “constituyentes”; crearon un Estado para ellos y sus mamandurrias que tras 40 años de entramado evidencia síntomas de fatiga. No es más democrática ni mejor una estructura descentralizada que centralizada, salvo para los políticos, que tienen más puestos que ocupar.  Amaresh, asturiana de 20 años, murió tras cuatro esperando una operación (le faltaban otros cinco para su turno), que debió hacerse en cualquier otra comunidad autónoma. Su muerte no removió las entrañas a ningún político.

 

Tensiones radicales independentistas en Cataluña contaminando Baleares y C. Valenciana; el PNV queriendo anexionar Navarra, -cuyo parlamento ya decidió hace muchos años lo contrario-, al País Vasco. Una estructura institucional que impide elegir a personas y obliga a votar a partidos, cuyos líderes colocan a sus más leales servidores impidiendo ninguna posibilidad de la sociedad civil de intervenir en la elección de sus políticos. Territorios ricos y pobres, disgregación, pérdida de potencia comercial con mercados troceados por leyes y discriminación por lengua, desigualdad, poca eficacia y menos eficiencia, multiplicación de organismos para colocar a amigos y coetáneos parasitando la administración pública. Se piden recortes en sanidad, millones de personas en el umbral de la pobreza y educación troceada enseñando historias parciales de cada territorio, despreciando la común de la nación convertida en enemiga invasora en algunas comunidades.

 

Uso de instituciones del Estado y bienes públicos para actuar contra la nación, adoctrinamiento con odio contra España y desprecio a sus símbolos y lengua común ante el silencio cómplice de algunos políticos, nos alejan de la sociedad de ciudadanos libres e iguales y nos conducen a otra, dividida, fragmentada, con graves problemas de convivencia. El interés general de la ciudadanía, el de la nación, es ignorado por la clase política.

 

En España si defiendes menos descentralización por razones de eficacia y eficiencia eres fascista. Lo dicen ignorantes de todo pelaje de la izquierda e independentistas. Se ve que en Francia hasta los socialistas y comunistas son fascistas. Si defiendes el español en Cataluña, Baleares y otros territorios, fascista. Nuestra estructura mastodóntica, ineficiente, carísima y manifiestamente mejorable sirvió para contentar a los nacionalistas pero se les ha desbocado el invento. Es cuestión de supervivencia del Estado-nación reaccionar ante quienes quieren destruirlo. Empezaron pidiendo gestionar su habitación del edificio común, exigiendo mejor vista, más gasto de mantenimiento y mejores condiciones de habitabilidad, y ahora quieren construir un edificio propio sobre las ruinas de la casa común, el Estado-nación español, que desde tiempos inmemoriales siempre han considerado el enemigo a derrotar. El Estado español participa animosamente en su autodestrucción y desescombro.