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Isabel, Carlos, la velocidad y el tocino

Las muestras gráficas y audiovisuales sobre la vida y milagros de una y otro llegan hasta el hartazgo.

El fallecimiento de SM Isabel II, el pasado jueves, en Balmoral, tras 70 años de reinado, ha suscitado una enorme ola de pésames y panegíricos sobre la ejecutoria de la soberana fallecida. En España, en particular, los medios nos vienen machacando  con una suerte de maretazo continuo sobre la luctuosa noticia, así como sobre los actos de proclamación de Carlos III como nuevo Rey. Las muestras gráficas y audiovisuales sobre la vida y milagros de una y otro llegan hasta el hartazgo. El boato británico que convierte esos actos en ceremonias espectaculares, las salvas de 96 disparos (uno por año de vida de la fallecida) y las banderas británicas a media asta (en su país y en los otros 14 en los que Isabel II era su jefe de estado) nos acompañan implacablemente en periódicos, noticieros y tertulias. Y, me temo, los medios no pararán en su tortura hasta, por lo menos, después del funeral de estado, previsto para el 19 de septiembre. Acto, que se espera sea de especial fastuosidad y al que seguramente asistirán los Reyes, Felipe y Letizia, que encarnan el máximo nivel de representación de España. Hasta ahí, nada grave que objetar.

En nuestro país, siempre tan proclive al pendulazo, se mezclan infundadamente el protocolo y las buenas formas con la boba adhesión. Porque, de la misma forma que es respetable la tradición británica de sus centenarios y pomposos ceremoniales, no parece tener mucho sentido que, en España, algunas instituciones, entre otros, pretendan equipararse al nivel “reglamentario” del duelo británico, decretando, por ejemplo, lutos oficiales que no se corresponden con nuestra limitada afinidad con el Reino Unido. Un país que se acaba de largar, dando un portazo, y bajo el reinado de Isabel II, de la empresa común europea. Y que, todavía más, que viendo que eso no ha resultado catastrófico para la UE, está tratando ahora de renegociar lo que ya estaba acordado.   

Tampoco es  inoportuno mencionar que el  Reino Unido, en contra de los intereses de España y las resoluciones de Naciones Unidas, mantiene, desde hace más de 300 años, sus afiladas garras aferradas en nuestro Gibraltar, la única colonia en el continente europeo. Asimismo, no parece extemporáneo recordar cómo, sabiendo el secular malestar que provoca en nuestro país la visita a la colonia de miembros de la familia real británica, se eligiera Gibraltar como lugar de inicio, en 1981, del viaje de primeras nupcias del ahora Rey británico. Entonces se consideró tan grande la afrenta, que se anuló la programada asistencia de nuestros Reyes a esa boda. Por cierto, ya veremos lo que tarda el flamante Carlos III en dejarse caer por la colonia. En resumen, respeto sí, pero alabanzas mamelucas  no. Cada cosa en su sitio. O, en román paladino: sin confundir la velocidad con el tocino.