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‘La Desbandá’ malagueña fue un exterminio en toda regla

Nadie nos contó nunca que soldados italianos, alemanes y marroquíes que apoyaban a los golpistas sembraron el terror entre una población civil española.

 

Fue un exterminio que durante décadas se mantuvo cubierto por un espeso manto de silencio. A quienes nacimos en los años cincuenta del siglo pasado en Almería, nadie nos habló de lo que se vivió aquí en febrero de 1937, hace ahora 86 años. Éramos «zona roja» como todo el levante peninsular, y nuestra ciudad era la primera escala hacia la supervivencia en Valencia o Barcelona para quienes llegaban huyendo despavoridos desde el Campo de Gibraltar, desde Málaga, perseguidos a sangre y fuego por los golpistas rebeldes cuyo cabecilla, -un tal Queipo de Llano, ¿les suena?- sembraba el pánico por la radio aterrorizando a las mujeres anunciándoles todo tipo de vejaciones apenas su tropas acabaran de tomar la ciudad.

Para salvarse era necesario escapar de Málaga hacia el Este y las montañas de Sierra Nevada no dejaban otra salida que una carretera pegada al mar que acabó convertida en trágica ratonera para una población civil lanzada en tromba hacia lo que entendieron era su única esperanza para sobrevivir. A quienes nacimos en los cincuenta en Almería, nadie nos contó que cada curva de esa carretera que muchos nos conocíamos de memoria estuvo un buen día llena de cadáveres abandonados. Nadie nos dijo que decenas de miles de mujeres, niños y ancianos aterrorizados se habían marchado casi con lo puesto de sus casas de las provincias de Cádiz y Málaga intentando llegar a Almería como fuera.

Nadie nos contó nunca que soldados italianos, alemanes y marroquíes que apoyaban a los golpistas sembraron el terror entre una población civil española, la malagueña, que vio cómo los representantes del gobierno legítimo no recibían ayuda para defender la ciudad y protegerlos. Nadie nos contó nunca que los dejaron tirados como ratas, que aquello fue un desesperado sálvese quien pueda sin mirar atrás carretera adelante intentando escapar hacia a la zona republicana.

Nadie nos contó que tres barcos que navegaban en paralelo a ellos pegados prácticamente a la costa dispararon sin misericordia cazando como conejos a miles de personas indefensas que morían desangradas mientras familiares y amigos se veían obligados a abandonarlos y correr desesperados en busca de refugio para evitar morir ellos también bajo el fuego de los aviones.

Nadie nos habló nunca de aquella violencia gratuita, de aquel genocidio que acabó con la vida de entre cinco y diez mil seres humanos. Nadie nos habló nunca porque a día de hoy todavía se sabe muy poco. A día de hoy aquella tragedia, conocida como «La Desbandá», apenas ocupa unas líneas en los libros de historia, apenas hace unos años que esto empezó a moverse. El escritor y periodista Juan Madrid dirigió un documental en 2006, casi setenta años después de los hechos, que La 2 de TVE emitió un día de agosto a las doce de la noche, historiadores como Paul Preston o Hugh Tomas se han ocupado de ello pero poco, existe poca documentación, no hay archivos, no hay nombres, no hay cadáveres, no hay apenas monumentos…

Cuando han empezado a recabarse testimonios, buena parte de los supervivientes adultos de entonces habían fallecido. Los pocos que quedan, octogenarios y nonagerarios ya, solo manifiestan –y algunos aún con miedo- sus espantosos recuerdos, como el de aquella madre muerta cuyo bebé aún vivo seguía intentando mamar aferrado a su pecho. Pero no hay nadie que pueda brindar contexto porque durante décadas todo fue miedo y silencio.

Nadie nos contó tampoco que cuando en Motril las Brigadas Internacionalesconsiguieron detener en la Sierra de Lújar el acoso de los rebeldes a los huidos, quienes de entre ellos consiguieron llegar a Albuñol, Adra y Almería no eran «malagueños ladrones» que querían quitarnos la comida como durante años se nos repitió en la posguerra, único indicio por cierto de que algo grave había sucedido aunque nadie nos lo aclarara. Nadie nos contó que eran decenas de miles de seres humanos heridos, hambrientos y envueltos en harapos que desde el 7 al 12 de febrero habían sobrevivido a los ataques de barcos y aviones corriendo y comiendo únicamente caña de azúcar o cáscaras de habas.

Desde hace años, centenares de personas caminan cada año durante estos días de febrero entre Málaga y Almería para recuperar la memoria de aquella infamia y homenajear a las víctimas. En 2013, mi compañero Alejandro Torrús lo contó ya en este diario, que periódicamente viene haciéndose eco de aquel perverso exterminio, como lo calificó Nieves Concostrina el pasado sábado 11 de febrero, durante el acto que cerraba los diez días de caminata-homenaje de este 2023.

A los que nacimos en los cincuenta nunca nos contaron nada de todo esto, pero lo más grave es que, a día de hoy, mientras el mundo entero conoce hasta con detalle lo que fue y lo que significó el bombardeo de Guernica, en el que murieron unas 1.500 personas, son muy pocos quienes han oído hablar  del genocidio de «La Desbandá». La Junta  de Andalucía y muchos de los alcaldes del PP de la zona por la que ocurrieron los hechos no quieren saber nada, como denunciaba aquí a el otro día en su columna mi compañero David Bollero.

Los demócratas tenemos aquí una enorme deuda pendiente. El año que viene me propongo hacer la marcha. Quiero ponerme en el lugar de quienes durante días miraron al mar soñando que detrás de cada curva de la carretera por la que caminaban podía estar la libertad, imaginarme el ruido mortal de los aviones alemanes, las cubiertas del Baleares, el Canarias o el Almirante Cervera, los tres barcos asesinos que dispararon sin piedad contra miles de personas desarmadas e indefensas, tres buques cuyos nombres aún figuran en los callejeros de varias ciudades españolas. Escandaloso que, a día de hoy, los nombres de esos barcos cuenten con mayor predicamento que el reconocimiento público a las miles de víctimas de aquel pavoroso exterminio.