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La juez Bolaños en tiempos de la postverdad

Qué sería de todos estos abogados de medio pelo sin la sangría a la que tienen sometidos a tantos desgraciados.

 

Los acontecimientos a los que he tenido oportunidad de asistir en la última década me han llevado a reflexionar sobre la vanidad humana. La rapidez del olvido. La falsedad de quienes parecen aplaudirte y los estrechos límites de la gloria.

 

Según Heráclito: “Cuando la tierra muere se convierte en agua; cuando el agua muere se convierte en aire, y el aire en fuego y a la inversa”. Por tanto, el mundo solo es cambio, la vida no es más que opinión (Demócrito).

 

Desde los inicios del macro proceso conocido por el caso EREs muchos han sido los calificativos a tan sonado asunto, muchas las voces que se han arrogado el descubrimiento de tan fastuosa trama delincuencia. Desde la funcionaria Charo hasta el plumilla afecto al vocerío de ese diario tan conservador, el Sr. Torres, pasando por la indiscutible artífice de tan prodigioso descubrimiento, la jueza Alaya. Para todos ellos una máxima. Todo es efímero: lo que recuerda y lo recordado.

 

Pero algo intangible es que la verdad y la honradez no cambian con el elogio o la crítica, al igual que la falsedad y la inquina. Hacer de una mentira un dogma de fe es algo bien conocido desde los albores de las civilizaciones.  La crueldad del que ansía el poder a cualquier precio tiene consecuencias desastrosas para todo el que se encuentre en el lado equivocado. A esos que buscaron la gloria eterna degollando sin piedad a cuantos caían a sus pies, decidles que el recuerdo permanente equivale al completo vacío.

 

Y vacío es lo que estos exegetas de la postverdad han dejado en las vidas de decenas de inocentes. Tristemente, ellos han venido pisando sobre montañas de cadáveres para auparse a más altas magistraturas y han dado y están dando de comer a decenas de leguleyos anónimos ascendidos ahora a la lista de los que más facturan, mientras sus víctimas o clientes según desde el lado que se les mire, languidecen entre la ruina económica y el desprecio social.

 

Los conceptos de justicia y equidad pasaron a ser interpretados bajo el signo de la conveniencia política. La utilidad de los cuerpos policiales y su adecuación al ordenamiento jurídico se mostró voluble y sometida al capricho de instancias superiores.

Escasos los réditos políticos y pocos los beneficiados de esta masacre. A estas alturas, muertos y olvidados.

Execrable el empecinamiento del dúo Fuster Navarro para seguir comiendo de la sopa boba a costa de las trémulas carnes de los que ya han sido devorados, despellejados y calcinados por la maquinaria desplegada por los dueños del territorio.

 

El grupo de fiscales anticorrupción en comandita, arropados por circulares internas, puso sitio al juzgado ganado en un legitimo proceso de promoción interna. Las directrices, instrucciones, recomendaciones, dieron como resultado el desprecio a la verdad y el uso, cuando no abuso, de las instituciones para un fin predeterminado: la aniquilación del adversario. Aunque para ello hubiese que dar una pequeña torsión al ordenamiento jurídico.

 

Ahora el CGPJ ha venido a reconocer lo que todos sabían. El asedio al que se ha visto sometida la titular del juzgado de instrucción número seis de Sevilla tiene su origen en las innumerables argucias que la ley Procesal pone en manos de fiscales y abogados para agilizar, eternizar o entorpecer, según convenga el desarrollo del proceso.

 

Actuar con honradez y sujetarse a los principios de equidad, justicia e igualdad ante las partes no colma las espurias expectativas de aquellos que viven de la desgracia ajena. Qué sería de todos estos abogados de medio pelo sin la sangría a la que tienen sometidos a tantos desgraciados. El maná que les llegó en forma de atestado policial ha convertido a usuarios del metro en expertos navegantes de veleros por las costas mediterráneas. Por no mencionar el espectacular aumento del patrimonio de algunos magistrados. Mientras, aquellos que en su día fueron la punta de lanza de la administración socialista en Andalucía, vagan cabizbajos abandonados por los suyos, despreciados por los ignorantes.

 

Temen las sanguijuelas adheridas a este proceso que la capacidad crítica de la juez Bolaños, su análisis reposado de los postulados que su antecesora plasmó con letras de oro, dé al traste con tan suculento festín. La retórica, “eres malo o deberías serlo”, no ha calado en el ánimo de esta magistrada y, a pesar de las múltiples andanadas a su línea de pensamiento, está manteniendo el pulso frente a una escuadra de filibusteros, suficientemente entrenados y subvencionados, cuyo único objetivo es retorcer la norma jurídica para quebrar la voluntad de tan incómoda adversaria. Pequeñas causas, grandes efectos.

 

Muchas son las falsedades que, de un modo automático, damos por válidas. Inventos atribuidos a personas que solo copiaron las ideas de otros. Creencias y dogmas importados de culturas ancestrales se nos ofrecen   como innovadoras y originales. La voz pública es capaz de jurar lo que no vio y afirmar lo que no sabe.  Graham Bell no inventó el teléfono, robó la idea. Leonardo Da Vinci falseó su curriculum para colocarse en la Corte de Ludovico Sforza, no inventó máquinas de guerra, las copio y adaptó a su estilo. Napoleón no era tan buen estratega. Rasputín no la tenia tan grande, más bien era micro pene. El plumilla Torres y Alaya no descubrieron nada, solo copiaron y adaptaron el guion a sus propios intereses. Y qué mejor forma de quedarse con todos los méritos. Matar al original, como si no.

 

Y ahora que todo ha pasado, que ya solo quedan las víctimas. De qué se pueden vanagloriar estas personas. Quizá piensen que pasarán a la historia como grandes personajes que han realizado grandes gestas. Pero la historia tiene una memoria breve. Y al despertar cada mañana sabrán que han vivido una gran impostura.

Al final de sus días una persona solo se ve acompañada por las buenas obras que haya realizado. Si ha sido fiel sus principios y ha respetado los valores básicos de la convivencia, estará en paz y su alma será una con el cosmos.  Si el daño causado es de tal magnitud que está en deuda con el principio del equilibrio, la ley natural le restará lo que le corresponda y morirá purgando sus excesos.