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La modernidad y la postmodernidad (2ª entrega)

El largo y tortuoso camino. ¿De qué hablamos cuando hablamos de modernidad y postmodernidad?

 

El término postmodernidad es tremendamente difícil de definir: ¿Es una idea, una performance cultural, una tendencia, un condicionamiento social o, posiblemente, todo a la vez? Quizás, la mejor opción sea entenderlo como un paradigma. En la primera entrega de esta serie ya afirmábamos que a finales de la década de los años sesenta del siglo XX, la cultura, la ciencia y la propia sociedad habían sufrido un cambio de paradigma.

 

T.S. Kuhn, físico de formación, pero interesado por la historia de la ciencia, se dedicó a intentar esclarecer las discrepancias existentes entre la ciencia, que él había estudiado, y su historia. De esta contradicción surgieron las bases sobre las que construyó la teoría básica de su obra “La estructura de las revoluciones científicas”: las nuevas teorías no nacen por verificación o falsación, sino por sustitución, tras un proceso largo y complejo. Pero, ¿qué se sustituye? Kuhn sostenía que un modelo explicativo, que denominó paradigma, y que pese a su carácter polisémico, podríamos definirlo como “realizaciones científicas universalmente reconocidas (dogmáticas) que, durante cierto tiempo proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad”.

 

Es bastante importante echar un vistazo al largo camino que, como sociedad, hemos recorrido y que se inicia con el concepto de “providencia”, que se sustituirá por el “progreso”, y que termina en el “nihilismo”, que configuran en gran medida el pensamiento occidental, según nos relata David Lyon en su “Postmodernidad”.

 

La larga Edad Media transcurrió bajo el soporte de la “providencia divina” el exquisito cuidado que Dios dispensa a la creación, en tanto que obra suya. Presupone una mentorización del proceso histórico, ordenando que éste siempre avance hacia un objetivo concreto. La convicción de la providencia impide el movimiento cíclico de la historia y establece la esperanza en el futuro desterrando la resignación o el pesimismo, la cercanía de “La ciudad de Dios”, como establece San Agustín nos debía reconfortar.

 

Con la llegada de la Ilustración y la modernidad la visión histórica centrada en el movimiento de avance era fácilmente asumible; de hecho, utilizando la razón era realmente más factible avanzar de forma más rápida para llegar mucho más lejos. y éste es el momento en que nos encontramos con la primera sustitución de Kuhn: la “providencia” cede su lugar al “progreso”.

 

La seguridad que proporcionaba la razón fue sustituyendo a las leyes divinas y construyendo las concepciones científicas de la modernidad. Pero esa misma razón que debía alejar la incertidumbre, tendría que mantenerse como la duda metódica, evitando recaer en cualquier dogma. Evidentemente la duda incorporó la relatividad al trabajo intelectual y científico de la modernidad.

 

Es el momento cumbre de la confianza, del colonialismo europeo, de los avances en las fronteras norteamericanas y del conocimiento geográfico de África, con una confianza plena en el progreso. El progreso se convirtió́ en uno de los metarrelatos justificadores del proyecto de la modernidad que iba a acabar con la incertidumbre, con la ambivalencia. Pero el “progreso”, imitando a la abandonada “providencia”, buscó las “leyes universales” que sustituyeran a las divinas sin ser consciente de la debilidad del universalismo. En el progreso de la modernidad que imitaba a la providencia, estaba integrado el “nihilismo”. 

 

A pesar de la Gran Guerra y de la profunda depresión que le siguió, la confianza se mantuvo. La Exposición Universal de Chicago, que tuvo lugar en 1933, celebró de forma oficial “un siglo de progreso”, y por esas mismas fechas Adolf Hitler llegó a tomar el poder prometiendo el “progreso” si se aplicaba el programa del nacionalsocialismo, con sus coches del pueblo “Wolkwagen”, las autopistas y los planes médicos.  

 

La fe en el progreso se tambalea tras la segunda guerra mundial, fundamentalmente en la destruida Europa y los metarrelatos se diluyen. Pero la revolución científica y tecnológica, la construcción del estado del bienestar y un elevado consumo, consiguen restablecer un edificio que se colapsó definitivamente tras la crisis del petróleo en los años setenbta. Fue, en ese momento histórico de avance tecnológico, cuando el concepto de modernidad adquirió su capacidad para explicar esos cambios. 

 

Item más, la caída del colonialismo y la independencia política de un estado tras otro, así como, la cara obscura del desarrollo industrial y su imparable degradación del medio ambiente y el agotamiento de los recursos naturales anuncian un cuestionamiento generalizado de las doctrinas y teorías científicas que sostenían la modernidad.

 

El advenimiento del nihilismo está profundamente relacionado con la postmodernidad en varios sentidos y se puede considerar a Nietzsche el primer postmoderno, tal como aseguraban Mayos, Lyon o Vattimo, que también incorporaron a Heidegger como precursor de la postmodernidad. Incluso Woller llegó a afirmar: “El postmodernismo está a punto de destronar a la trinidad de la Ilustración – razón, naturaleza y progreso- que triunfó sobre la anterior Trinidad”.

 

Con el término postmodernidad nos vamos a referir a todo un compendio de fenómenos culturales y sociales que surgen tras el agotamiento de la modernidad. La postmodernidad abandona de forma definitiva el fundacionalismo, tras las “guerras de la ciencia” de la década de los noventa del siglo XX. Entendemos por fudacionalismo aquella teoría del conocimiento en epistemología que consiste en la identificación de un conjunto de creencias de las que se tiene certeza, denominadas creencias básicas o creencias fundacionales, para emplear este conjunto en la fundamentación de otras nuevas creencias. Resulta complejo definir el término, como ya hemos visto, por cuanto no existe un marco teórico válido que permita su análisis y, al mismo tiempo, su propio devenir y extensión lo convierten en impreciso y, hasta cierto punto, en incoherente. Su naturaleza híbrida, el cuestionamiento de los textos y la metanarrativa, su interés por la lingüística, la ruptura de las dicotomías estructuralistas, la apuesta por la pluralidad y un concepto de la verdad que se configura por su contexto, pueden considerarse como características generales de la postmodernidad.

 

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La modernidad y la postmodernidad (1ª entrega)