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Los frutos de una nuez que nunca se debió cascar

Castilla y León ha dejado absolutamente claro lo que se puede esperar de una formación como Cs que ya no cuenta.

 

Prácticamente nadie (salvo Vox y los partidos localistas) está feliz con los resultados de las Elecciones en Castilla y León. Para el PP ha supuesto el fracaso de una pugna entre bastidores por el liderazgo del partido a medio-largo plazo. Para el PSOE, la evidencia palpable de que su liderazgo social se erosiona a pasos agigantados. Para Unidas Podemos, el camino inexorable hacia la atomización en múltiples cabeceras y sopas de letras políticas con la misma ideología. ¿Y para Ciudadanos? La mortaja. Así de claro. Todas las esperanzas que el partido tenía para regenerarse a sí mismo y reflotar quedaron dinamitadas el día que se dio el golpe de mano en Murcia y el efecto dominó liquidó la presencia de Ciudadanos en Madrid. Ahora se recogen los amargos frutos de tan desastrosa iniciativa, tomada de manera tan precipitada y ejecutada de forma tan diletante que incluso sus defensores acérrimos se vieron en la tesitura de tirarse al callejón antes de que alguien hiciera tan detestable trabajo sucio por ellos.

 

La fuga de gran parte del electorado de Ciudadanos a Vox es un hecho, no tanto por la cercanía ideológica como por el desgaste de un PP que no puede alojarlos en sus filas a la par que el ‘efecto atracción’ de la nueva formación contestataria hace lo propio. Igea ha demostrado no ser más que un cero a la izquierda, y Ciudadanos ser increíblemente capaz de dilapidar un capital político difícil de obtener en un espacio de tiempo sorprendentemente corto. Síntoma de la fragilidad de sus cimientos, lo que contrasta con el lento declive de Podemos, que, pese a ello, no se ha desplomado de manera tan fulgurante. Reflexión interesante la que ello puede proporcionar sobre los partidos que se creían que iban a cambiar el mundo. 

 

El ‘fallo Rivera’ se vio apuntalado por el ‘fallo Arrimadas’, que no democratizó a la formación cuando pudo hacerlo y, tratando de escapar de la más que obvia ‘opa’ puesta en marcha por el PP casadista, destruyó los escaso feudos compartidos que aún retenía. De tratar de competir con los populares por el centro-derecha, se lanzó a una errática estrategia de ofrecerse como muleta de los socialistas en un momento en que estos hacían la cama con la extrema izquierda y los nacionalistas. Un equilibrio imposible para un partido que nació con la vocación precisamente de combatir el independentismo en Cataluña. Sólo una cosa podía salvarles: forjar un perfil propio y competir a izquierda y derecha aprovechando el tirón por la diestra que Vox daba al PP y la atracción que por la siniestra que Unidas Podemos y cía ejercían sobre el PSOE.

 

Nada de eso sucedió, y Castilla y León ha dejado absolutamente claro lo que se puede esperar de una formación que ya no cuenta. Una oportunidad perdida, por cuanto es perceptible que no será lo mismo gobernar en coalición con un partido liberal como Cs que con uno reaccionario como es Vox. Si el acuerdo cuaja y Vox entra por la puerta grande en las instituciones autonómicas, no tardaremos en comprobarlo. Un episodio más en el proceso de polarización social y política al que se precipita la sociedad española sin freno aparente.