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Memoria selectiva o amnesia colectiva (y III)

Deshacerse de testigos incómodos ha sido y es una constante desde los tiempos de Matusalén. 

 

Primer capítulo

 

José Luis, que así se llama “el muerto” y que no es arquitecto, sino el encargado de obras del Ayuntamiento atendió el teléfono entre el ensordecedor ruido de máquinas industriales. De esa lápida no se nada, se debió retirar en los primeros años de la democracia y fue sustituida por otra con otro texto que llevaron al cementerio. Quizá el jefe de obras anterior sepa algo, cuando lo vea le pregunto. Quedo a la espera.

 

Antes de recurrir a la memoria de José Luís, había remitido varias solicitudes de información a otros tantos archivos militares. Archivo Militar de Ávila. Al Centro Documental para la Memoria Histórica dependiente del Ministerio de cultura y al Archivo General Militar de Guadalajara. De los dos primeros obtuve resultados negativos, señal inequívoca de que a Segundo le tocó en suertes perder la vida en el bando sublevado. Del tercero seguíamos expectantes.

 

Suponiendo que los encargados de realizar la búsqueda informatizada no se encuentren de baja médica, permiso extraordinario por acumulación de horas o, sencillamente en horas bajas, calculamos una semana para que den traslado a sus superiores, ya sean éstos, jefe de servicio, capitán o comandante, del resultado obtenido, y éstos lo devuelvan firmado para su tramite devolutivo. Con esta perspectiva y en evitación de servir un arroz en avanzado estado de pastosidad, traté de dar solución, si bien ficticia o imaginaria a este rocambolesco episodio de la Sevilla de finales de la guerra e inicios de la época de la cartilla de racionamiento.

 

“Icemos los velos de las novicias y elevémoslas a la categoría de madres”. Estas palabras de Alejandro Lerroux pronunciadas muy al principio del Siglo XX y con otras posteriores en las que, hablando de la Iglesia decía: “Se apoderan de las herencias, se procuran donaciones piadosas, catequizan a las hijas de las familias ricas y las hunden en sus monasterios”, nos dan una idea del fervor anticlerical de los gobiernos de la II República. No obstante D. Alejandro uno de los presidentes más radicales de este periodo se tornó moderado con el paso del tiempo, se reconcilió con la burguesía que tanto había atacado y murió abrazado a la fe de cristo. Al menos fue amortajado con hábito religioso. Como Lerroux, fueron muchos los seguidores socialistas, anarquistas, comunistas, cenetisas y radicales   que alabaron con entusiasmo estas ideas   revolucionarias, entregándose a todo tipo de excesos, y que, sin embargo, con el devenir de la guerra abrazaron, súbitamente las ideas conservadoras y religiosas. Los milagros deben existir.

 

Que Gregorio fuese un mísero jornalero más preocupado por el sustento diario de su prole que por la política no significa que no fuese testigo de alguno de los tristemente recordados acontecimientos ocurridos en Sevilla durante los años de la II República. Procedía de una localidad de antigua tradición católica y fue educado en la tradición cristiana y en el respeto a los símbolos religiosos. El distrito San Román en el que residía desde 1932 destacó por acoger entre sus vecinos a los más exaltados representantes de las múltiples y variopintas facciones radicales y subversivas de la ciudad y para Gregorio no debió ser fácil mantener buenos lazos de vecindad sin verse involucrado en estos actos violentos contra instituciones religiosas. Siempre hay ojos que alertan de los disidentes.

 

A punto de finalizar la guerra, y con el nuevo régimen asentado en Burgos, muchos radicales debieron sentir en su fuero interno la exaltación del espíritu nacional y, abominando de sus anteriores ideas quisieron borrar cualquier atisbo de su turbulento pasado. Deshacerse de testigos incómodos ha sido y es una constante desde los tiempos de Matusalén.  José Pérez y Francisco Muñoz, vecinos de la calle González Cuadrado y Plaza del Cronista respectivamente, acompañaron a Gregorio el día de navidad de 1933 al registro civil par inscribir al menor de sus hijos.

A ser un día de fiesta las calles estaban casi desiertas y estas tres figuras malamente pertrechadas para soportar el húmedo frio invernal hicieron un alto en el mercado de la feria antes de encaminarse hacia la calle Almirante Apodaca, sede de los antiguos juzgados de Sevilla. Un café con leche y unos churros para el estomago y la copita de anís para el  frio. Junto a ellos, la Iglesia de Ómnium Sanctorum aún presentaba señales claras del incendio que había sufrido pocos meses antes. Entre risas y chanzas, José Pérez recordó a Francisco Muñoz lo bien que arden los bancos de las iglesias y lo negro que sube el humo impregnado de olor a santos. Para Gregorio, el comentario no pasó desapercibido, pero fingió no haber oído nada. Era un día para otras cosas. Su familia le esperaba y estos dos testigos, necesarios para la inscripción en el registro tenían quehaceres relacionados con su activismo sindical. José y Francisco intercambiaron miradas cómplices y se encaminaron hacia el centro, no sin antes y a espaldas de Gregorio, lanzar con disimulo el correspondiente esputo al pasar junto a la puerta de la iglesia que ellos, junto con otros, habían ultrajado, saqueado, quemado y que aún permanecía cerrada.

 

En estas estábamos cuando llegaron las notificaciones que esperaba. Segundo, hermano de Gregorio había sido dado como desaparecido el 21 de febrero de 1938 tras una de las mas heladoras nevadas de la historia de Teruel y de España entera. Su cuerpo nunca fue encontrado y el ejército intentó en vano contactar con sus padres, pues ya habían fallecido. Ningún familiar se hizo cargo de sus escasas pertenencias y ninguno reclamó la pensión a la que tenían derecho.

Ese día de primeros de mayo de 1939 estaba de guardia el juzgado de instrucción nº dos de Sevilla. El Magistrado, de nombre Alonso y de apellidos compuestos precedidos de la consabida “D” se trasladó hasta el almacén de la calle Sorda acompañado por el medico forense y el secretario del juzgado. Al llegar, una pareja de guardias de asalto esperaba en la puerta y en su interior un Inspector del cuerpo de Seguridad tomaba notas bajo un cuerpo que colgaba de una cuerda gruesa. Este inspector informó inmediatamente al Magistrado. Varón, 41 años, vecino de la calle Macasta 23. Presenta lesiones en las manos, al parecer ocasionadas por el trabajo de trasiego de barriles. Causa aparente de la muerte, Ahorcamiento.  Hora aproximada   las 7.00 horas de esta mañana. Testigo que encontró el cadáver: José Pérez, vecino de la calle González cuadrado 56. A la sazón José Pérez justificó su presencia en el almacén a esas horas de la mañana porque era el dueño del local y había ido a cobrar el alquiler del mes vencido, pero se encontró con el desaguisado. Inmediatamente se fue a reclamar las doscientas pesetas a la viuda que asistía petrificada al levantamiento del cadáver. En este caso, descolgamiento.

 

Dos días mas tarde Francisco Muñoz fue detenido en la puerta de bar Los corales, en la esquina de la Alameda con Amor de dios. El dueño de este bar llamó al cuartel de Caballería de la Guardia de Asalto que estaba en la calle Calatrava. Al parecer, un conocido gitano macarra apodado “el lápiz” y hábil carterista estaba dando lo suyo a un tío que estaba bastante perjudicado. Trasladados a las dependencias de la Comisaría de la Calle San Jacinto, ‘el lápiz’ manifestó que este tipo, al que conocía por su afición a pasar largas veladas con su prima La Toñi, que ejerce de puta en la Calle Joaquim Costa, había estado dos días encamado con su prima hasta que consumió las doscientas pesetas que llevaba en un sobre de color marrón. Como quiera que quería seguir encamado a crédito, ‘el lápiz’ optó por ponerlo de patitas en la calle. Ya sabe usted señor Comisario que yo soy carterista y a mucha honra, pero matón no soy. Del brazo roto y de las cicatrices en la cara que presentaba Francisco Muñoz, el Lápiz dijo, y era sincero, que no sabía nada, que llegó a casa de su prima con esas lesiones. El Lápiz entregó al comisario que le interrogaba los cuatro trozos a los que había quedado reducido el sobre marrón y en el que, una vez recompuesto se podía leer en letras infantiles pero claras el siguiente texto: Alquiler C/Sorda. Abril 1939. 200 pts.

Francisco Muñoz ingresó en Ranilla condenado por un presunto delito de alteración del orden público. Un mes después salió en libertad. Su socio y amigo José Pérez había pagado la multa y Francisco quedó libre de cargos.

 

 

La búsqueda de Gregorio, anteriores entregas

Primera

Memoria selectiva o amnesia colectiva

 

Segunda

Memoria selectiva o amnesia colectiva (II)