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Ni caso. No hay caso

Según la Generalidad, las escuchas ponen “gravemente en peligro la confianza” entre gobiernos. ¿De qué confianza hablan esos cínicos?

 

Qué farra la que se están corriendo los separatistas catalanes para seguir destripando al Estado aprovechando, en este caso, las informaciones de un grupo de supuestos expertos en ciberseguridad (Citizen Lab), de la Universidad de Toronto, que se dedica a investigar los malos usos del “malware” israelí. Según esos eruditos, el CNI, en los últimos años, estableció escuchas a independentistas catalanes y sus terminales mediante el sistema israelí Pegasus.

 

Algunos intentan ocultar que la Ley 11/2002, de 6 de mayo, reguladora del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), atribuye a éste la misión de “proporcionar al Gobierno la información e inteligencia necesarias para prevenir y evitar cualquier peligro, amenaza o agresión contra la independencia o integridad territorial de España, los intereses nacionales y la estabilidad del Estado de derecho y sus instituciones”. 

 

No sé si ese supuesto “espionaje” se realizó o no. Si se hizo, con control judicial, me parece lo suyo. Si no se hizo, me parecería mal porque, entonces, el CNI no hubiera cumplido con su misión. Escuchar a quienes (y sus terminales) ya fueron condenados por, entre otros delitos, el de sedición y que se jactan públicamente que volverán a hacerlo, es obligado. Porque aquéllos entrañan una incuestionable amenaza contra la integridad territorial de España, los intereses nacionales y la estabilidad del estado de derecho y sus instituciones. 

 

Los separatistas y sus afines que, incluso, están empotrados en el Gobierno, juegan su sempiterno papel de víctimas, resaltando la “gravedad” del tema. Lo que no pasa de ser una cínica hornada de señuelos y postureo para aflojar todavía más al ejecutivo, y obtener beneficios políticos y económicos. Lo grave no son las supuestas escuchas, sino que éstas se hagan imprescindibles en defensa del Estado y sus instituciones.  

 

Una honrada ambición de poder es comprensible e incluso necesaria en un político. Cosa distinta ―como es el caso de Sánchez―, es que tal anhelo sea tan desorbitado que anule cualquier atisbo de dignidad en su gestión política. Vender a cualquier precio aquello de lo que no eres dueño, sino mero administrador, no es de recibo. Un escenario pernicioso que trata de ocultar a un Gobierno internamente roto y externamente incapaz. No pasa la semana sin que las trifulcas en las tertulias de ministros, los martes y los viernes, hagan de este ejecutivo el más esperpéntico de cuantos uno pueda recordar. 

 

Para más desvergüenza, Meritxell Batet, cabeza del Congreso de Diputados, se ha unido a la francachela, subordinando la cámara a los intereses de Sánchez al cambiar, sobre la marcha, el correspondiente procedimiento normativo, vigente desde 2004, para dar entrada a filoetarras, separatistas, y antisistema en la conocida como comisión de secretos oficiales. Así ha logrado que, a partir de ahora, en tal comisión no se comparta secreto alguno. Asimismo, que los servicios extranjeros tampoco compartan información con los españoles. Por otra parte, el viaje, perdiendo el culo, del ministro Bolaños a Barcelona para entrevistarse con la consejera de presidencia de la Generalidad, Vilagrá, para aplacar el postureo de la Generalidad, es otra indigna muestra de debilidad y sumisión gubernamental a intereses inconfesables, de un gobierno autonómico que cada vez hunde más la economía catalana. 

 

Lo más cómico de todo es que, según la Generalidad, las escuchas ponen “gravemente en peligro la confianza” entre gobiernos. ¿De qué confianza hablan esos cínicos? Añadiendo que, hasta que se depuren responsabilidades (quieren deshojar la margarita, Margarita Robles), no se reunirá la mesa del diálogo. Pues mucho mejor. A veces aparece algo bueno entre la basura. Vaya, es de risa. 

 

Digamos las cosas como son. Aquí lo que se pretende es seguir desarmando al Estado, del que el CNI es un brillante defensor, para tener las manos más libres en un rearme del procés. Así que, ni caso. No hay caso.