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Paciencia y barajar

El último francés proclamado santo en esta Iglesia ha sido Carlos de Foucauld, militar, explorador, científico vizconde, que se perdió por el Sahara.

 

Luigi Accatoli, un periodista que interpreta desde hace varios decenios lo que ocurre en el Vaticano, ha escrito hace poco a propósito de una conferencia que le invitaron a pronunciar. ¿Titulo?: “¿Por qué seguir amando a esta Iglesia?”.

Después de detenerse las variadas catástrofes que se profetizan para, y sobre, la Iglesia, afirma :  “ digo que amo a la Iglesia por la doble razón de la noticia del amor de Dios por la humanidad que me transmite y por los signos del amor de Dios entre los hombres que me ayuda a reconocer”. Participo del contenido de esa afirmación. Por experiencia personal y por conocimiento de la historia en la cual ha caminado esta Iglesia.

La Convención revolucionaria en Francia conoce el brutal asesinato de Charlier, guía iluminado de los desgraciados de Lyon, condenado a la guillotina por los poderosos de la ciudad. Tres veces cae la cuchilla sobre su columna, pero vivo aún, el verdugo horrorízalo lo degüella con su sable para darle paz. Su busto adornado flores sobre andas procesionales lleva a su lado las cenizas de lo que fue en este mundo. Y una jaula con la paloma que le hacía compañía en la celda. A las ocho de la mañana se han destrozado las imágenes y crucificados de los templos de Lyon y los manteles y ropajes litúrgicos, los cálices y custodias son llevados los asaltantes en la celebración que van a presidir los tres diputados de la Convención enviados para destruir la ciudad y masacrar a los burgueses de la misma. Un asno al que se le ha puesto una mitra en la testuz, lleva atada a la cola y arrastrando por las calles un crucifijo y la biblia. Cuando se llega a la piedra que hace de altar se queman las imágenes y las ropas y se da a beber vino al asno en un cáliz. Los tres diputados presiden el acto y uno de ellos Fouché hace el discurso que imita el sermón.

Han transcurrido doscientos y pico años y la iglesia francesa ha sufrido los devastadores efectos de los pederastas situados en ella y de sus jerarcas ocultándolos por siglos. Del 27 al 29 de mayo, en Pentecostés, la peregrinación Nuestra Señora de la Cristiandad, de París (en la iglesia de San Sulpicio) a Chartres (en la catedral), batió récords y sumó hasta 16.000 peregrinos, muchos de ellos gente joven y familias con niños, que fueron recibidos a su llegada por el obispo Philippe Christory, quien les dijo: «Nuestra sociedad espera vuestro testimonio. Sed corazones ardientes de caridad». A pie hay 87 kilómetros.

El último francés proclamado santo en esta Iglesia ha sido Carlos de Foucauld, militar, explorador, científico vizconde, que se perdió por el Sahara para en silencio y sin más, mostrar una pequeña señal del amor de su Dios.