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Parque Temático Madrid Centro

Madrid está siendo postergado por sus propios mandatarios, y quienes les votan, a un simple parque temático en decadencia.

 

 

En el pasado, se pretendía que lo virtual se convirtiera en actual: la actualidad era su destino. Hoy la función de lo virtual es proscribir lo actual. La historia virtual está en el lugar de la historia real (…). Jean Baudrillard

                                                  

Disneyland París abrió sus puertas al público el 12 de abril de 1992, la Expo de Sevilla comenzó el 20 de abril de ese mismo año y las cerró en octubre, las Olimpiadas de verano de Barcelona se celebraron entre el 25 de julio y el 9 de agosto. Pero, mientras tanto, Madrid ya se había curado preventivamente el dolor de la irrelevancia, la postergación y el olvido con dos canciones poperillas, pero emblemáticas, de escaso gusto y peor factura, que fueron difundidas a modo de alocución del camión del tapicero más allá de las puertas de Tannhäuser por los 40 Principales y similares: Todos los paletos fuera de Madrid y Aquí no hay playa. Además, claro está, la Comunidad de Madrid del ya oficialmente ‘traidor’ Leguina y el propio Ayuntamiento dispusieron de una ingente cantidad de dinero invertida en cultura, ladrillo e infraestructuras radiales y circunvalatorias que hicieron las delicias del dinero madrileño más rancio y que actúo como tranquilizante para los más montaraces de entre los herederos legítimos del Franquismo.

 

No hay que decir que, por supuesto, Madrid pujó para albergar Disneyland y que ya empezaron a cundir por entonces los agravios, sobre todo dentro de las filas del PP, que veían como la imagen internacional de Barcelona se disparaba y lo de Sevilla podría sentar un mal precedente para otras capitales de autonomías pobres. Luego vino la Ciudad de las Artes y de las Ciencias y la alianza madrileño-valenciana que tanta sangre, sudor, lágrimas y deudas les ha supuesto a los ciudadanos de la Comunitat, y el Guggenheim de Bilbao, inaugurado en octubre de 1997, pero cuyas negociaciones se entablaron entre la comunidad autónoma vasca y la fundación ya en 1991, y en las que, por primera vez en la historia de España, el gobierno central se limitó a no poner palos en las ruedas y a facilitar el dinero proporcionalmente correspondiente sin casi rechistar.

 

Ni que decir tiene que los parques temáticos propiamente dichos, de mayor o menor entidad, se expandieron por doquier y que Madrid no iba a ser menos, de ahí el grandilocuente proyecto de la Ciudad del Ocio de la etapa Gallardón, por poner un ejemplo. Con Esperanza Aguirre llegaron el parque temático de la Ciudad de la Justicia (por inaugurar) y el intento fallido de que se instalara ni más ni menos que Eurovegas, espacio al que habría que adaptar las leyes españolas para crear una excepción legal, un territorio autónomo, una entelequia mixto colorín y verderón entre Hong Kong y Las Vegas en medio del desierto madrileño. Y de ahí hasta el parque temático Zendal (una granja de pollos para algunos de sus forzados usuarios) y el robot Sophia, de Ayuso, ya en nuestros días, que, como todos sabemos, causaron la admiración del mundo, un mundo que casi siempre se le muestra esquivo a Madrid, porque Madrid, digámoslo claro, ni siquiera está en el top ten de las ciudades europeas con más caché para el llamado turismo de compras, con Múnich, Londres o París a la cabeza, con un gasto promedio por persona que duplica al madrileño.

 

Parece, pues, que aquellos versos que compuso Agustín García Calvo para el himno de Madrid y que no hay que descartar que un día sean sustituidos por otros de un Nacho Cano con diccionario de rimas en la mano: Soy de Madrid / soy un adalid / de la Libertad / una cerveza bien tirada / churros en la madrugada / ese es el quid / ser adalid de la felicidad / soy de Madrid, etc. Tantas ganas le tienen ahora que se han acostumbrado a que la bandera sea roja, como los isotipos de Mahou y el Santánder, que no me extrañaría, una vez derrotado del todo el Frente Popular, que estos versos de más adelante que han actuado como una maldición para algunas mentes preclaras de la derecha económica y política madrileña y española desaparezcan del mapa autonómico. Pero ya va a dar igual; en vez de actuar en consecuencia e internacionalizar Madrid se han dedicado a madriñelizar España a través del PP y ahora Vox y con cierta complacencia tibia del viejo PSOE, a base de boicotear todo lo que signifique romper con la estructura radial del Estado en cuanto a comunicaciones, infraestructuras y autonomía económica, financiera e inversora real. Repito que yo a eso lo llamo la necesidad impostergable de romper con el Radial Madrid. Ya cada uno lo que vea. Ahí van esos versos del himno oficial de la Comunidad de Madrid:

           Ya el corro se rompe,

ya se hacen Estado los pueblos,

y aquí de vacío girando

sola me quedo.

Cada cual quiere ser cada una;

no voy a ser menos:

¡Madrid, uno, libre, redondo,

autónomo, entero!

Mire el sujeto

las vueltas que da el mundo

para estarse quieto.

 

Creo firmemente, como A.G.C. en estos versos, que el Radial Madrid debe de crearse una identidad real y debe de competir en la liga de las estrellas europea de las ciudades de su tamaño y dejar de absorber todas las energías (y los dineros) del resto de las comunidades a modo de embudo, pero a eso no se renuncia por las buenas, claro. Decíamos en el anterior artículo que el corredor mediterráneo, ahora mismo sin una maldita vía de tren que lo comunique, concentra buena parte de las exportaciones de España, y el 50% de su PIB y de la población española. Algo parecido sucede con el corredor cantábrico, mientras que Madrid, con todas las facilidades en cuanto a infraestructuras y comunicaciones, está siendo postergado por sus propios mandatarios, y quienes les votan, a un simple parque temático en decadencia para que los españoles y otros europeos que, hartos de los museos de París, Londres o Berlín, se agolpen en las colas de los museos madrileños, sobre todo en las colas del Museo del Jamón. ¿Y eso por qué? Porque no saben hacer otra cosa. Madrid no tiene peso internacional por culpa de sus políticos y de un empresariado acostumbrado al dinero fácil y al pelotazo urbanístico, y de unos genios jóvenes de las escuelas de negocios acostumbrados a las mamandurrias que casi fracasan en el 100% de las startups que emprenden, pero es que esos políticos no tienen tampoco un proyecto real y realista para Madrid porque seguramente ignoran lo que se les viene encima si, esta vez sí, las comunidades autónomas, empezando por Andalucía, comienzan a crear riqueza endógena y a trazar alianzas internacionales con otras capitales europeas y mundiales que es lo que ya va tocando, y dejan de ser unas simples sucursales.

 

En un parque temático, al igual que en un centro comercial, rigen las leyes del consumo, ni siquiera las del mercado. Por eso son bienvenidos los venezolanos ricos a los que se les otorga residencia y nacionalidad y se les da un billete de autobús a los afroafricanos sin papeles para que se vayan a trabajar a los invernaderos de Almería. Eso quien lo sabe muy bien es Gabriel Amat, gran colaborador en aquellos años de los ministros de Interior de la Aznaridad; no todo los méritos de Amat tienen que ver con la financiación del partido, no. Y por eso tanto trabajadores como autónomos y pequeños empresarios saben muy bien qué políticos le convienen para gestionar un parque temático, con sus puestos de golosinas, pipas, kebab, algodón de azúcar, churros, patatas asadas, tacos, hamburguesas y arepas, para las zonas populares, medianías culinarias y caras para la clase media-alta, y las cuatro excepciones de alto nivel real, según dicen los expertos, para los ricos de verdad.

 

Un microempresario del sector servicios e incluso un profesional liberal que depende de la normativa de un parque temático o de un centro comercial sabe dos cosas: que está a expensas de que en cualquier momento le suban el alquiler o les quiten un porcentaje por exceso de beneficios, los impuestos, o le impongan restricciones y límites, y que tiene que procurar que los dueños de sus días les procuren un flujo continuo de potenciales clientes, con pandemia o sin pandemia, con fin del mundo a las puertas o sin fin del mundo. Lo paradójico es que fuesen ayuntamientos gobernados por el PP los que acabaron con la vida bulliciosa y nocturna de buena parte de los municipios con movida en favor de la construcción y los pelotazos urbanísticos a los que les molestaba el ruido, sobre todo en zonas turísticas. Podríamos poner infinitos ejemplos. Pero bueno, ahora les toca a ellos defender la marcha.

 

¿Qué parte no entiende la izquierda española del hecho de que los pequeños comercios dependen del flujo de personas y que las ayudas mínimas no solucionan el problema y que ahí les ha faltado sensibilidad e inteligencia? ¿O acaso no se abre paso el comercio en Alepo aunque solo sea para procurar la supervivencia de vendedores y compradores? Esto es algo que parece que no acaba de entender esa izquierda funcionarial que pase lo que pase cobra cada mes, eso es verdad, no acaban de entender que el dinero de los autónomos y pequeños empresarios fluctúa, normalmente hacia abajo, con una facilidad increíble, que el consumo es muy sensible, sobre todo para los pequeños proveedores, y que todo se viene a sumar a una crisis que viene para quedarse y que supone que el consumo fuera de casa se reduce a marchas forzadas, que el teletrabajo evitará millones de desplazamientos y que la omnipresencia de la compra online va directamente en contra del mero mantenimiento del centro de las ciudades y que eso implica a toda una cadena económica que finalmente repercutirá en el precio de alquiler y venta de locales y viviendas, o sea, que atacará directamente al negocio especulativo y rentista, principal sostén de la alta burguesía madrileña, y a inversores especulativos de Madrid y de todas las capitales de provincia y ciudades medianas. Por no hablar del declive de los parques temáticos empresariales y feriales (Campo de las Naciones, Juan Carlos I, etc.), vencidos por las ferias virtuales y el trabajo online. Queda por ver la fuerza financiera de la capital de España ahora que los bancos españoles verán reducido su volumen a un tercio en menos de una década.

 

Viene a decir Michael Sorkin en alguna parte de Variaciones sobre un parque temático que los templos del placer elitista y exhibicionista, las calles céntricas consagradas al comercio y el ocio, los centros comerciales, los barrios elegantes, las urbanizaciones horizontales cerradas con arbolado y jardines del extrarradio dependen cada vez más del encarcelamiento de un proletariado de servicios, precario, a veces tercermundista, que vive en guetos cada vez más represivos, consecuencia de la cada vez más desigual distribución de la renta, algo que, a mi juicio, podría empezar a cambiar con la nueva preponderancia de lo virtual y la desvalorización de los centros urbanos. Por eso quizás lo que necesite Madrid sea un proyecto de viabilidad real, como decíamos, porque es muy posible que tarde poquito en dejar de ser el parque temático por excelencia para el resto de los españoles.

 

Pero mientras el modelo madrileño persista no cabe ninguna duda de que el recurso más eficaz para ganar elecciones será aprovechar que dentro de un Parque Temático se vive una realidad más bien virtual, valga la aparente contradicción, y por tanto los discursos políticos imaginarios lograrán que se active la suspensión de la credibilidad en buena parte del electorado, que es lo que ha logrado, o han logrado con Isabel Díaz Ayuso (poco más que un arquetipo de ninfa de dibujos animados humanizada a base de errores no forzados, despistes e incongruencias) activando y erotizado a un electorado harto de realidad, virus y malos rollos y prometiéndoles un flujo de clientes constante de gentes que no pueden pasar sin Madrid, porque Madrid es mucho Madrid y Madrid es España dentro de España. ¡Viva la fantasía inmersiva dentro de la cotidianidad y el costumbrismo más castizo, que son cuatro días y a mí me cansa leer!

 

Si una Andalucía, virtualmente en manos de la derecha y la ultraderecha tras las próximas elecciones (o no) no aprovecha las actuales circunstancias para ahondar en su autonomía económica y para estrechar múltiples lazos internacionales sin necesidad de intermediación política, económica, tecnológica o financiera alguna de nadie (salvo la imprescindible del estado central), y es muy posible que no lo haga, habremos perdido otra gran oportunidad de ensanchar el marco autonómico en el lado que de verdad duele, que es el material y el económico, y en otros asuntos ya que cada uno le rece a su santo, si quiere, o que pronuncie el sonido primordial Om. Si perdemos esta oportunidad, será la enésima vez que la perdemos e irán quedando menos. Lo que nos jugamos es el modelo de las próximas décadas. Lo digo totalmente en serio. Ya sé que siempre se juega el partido del siglo, pero esta vez toca mirar hacia fuera de España, no a Madrid.