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Semana Santa SA

La Semana Santa sevillana, fiesta religiosa o fiesta popular

La ventaja que me da no ser sevillano de pata negra, pero tener más que suficientes años y experiencias vividas en su maravillosa y sensual ciudad, me avala para emitir una opinión sobre la polémica generada en torno al cartel oficial de la Semana Santa de Sevilla 2024. Vaya por delante que considero que socialmente el pintor podría estar haciéndole un flaco favor a su propio hijo colocándole en el ojo del huracán de dicha polémica al mencionar públicamente su nombre y aparecer junto a él ante el cartel. Pero, no es menos cierto también que el artista a la vez que le ha ofrecido a la ciudad una enorme campaña de marketing a coste cero, a la altura de la de las grandes marcas multinacionales, colateralmente ha impulsado la carrera profesional de su hijo como modelo.

Estamos ante un cartel aparentemente rupturista, no tanto desde el punto de vista de su aportación artística, como por su capacidad para batir los cimientos de una muy conservadora sociedad que sigue anclada en valores que lastran su avance socioeconómico, una disputa similar ya se dio con la Expo92, cuando la ciudad iba a reconfigurarse incluso eliminando barreras artificiales que permitirían integrar visualmente ambos lados de la dársena del Guadalquivir que dividía Sevilla, tal como era el famoso muro de la calle Torneo, pero la renovación de la mentalidad de la idiosincrasia sevillana no acababa de romper aguas.

El cartel ha permitido abrir un debate pendiente sobre una realidad por todos dábamos por asumida pero que al parecer una parte de la sevillanía profunda no termina de aceptar: que la Semana Santa sevillana hace tiempo que habría dejado de ser una fiesta religiosa para pasar a ser una fiesta popular, casi otra Feria, aunque en este caso gestionada por uno de los poderes más cuestionables y cuestionados de su sociedad, las Cofradías.

Una gran mayoría de sevillanos y foráneos que disfrutan de la Semana Santa lo hacen como lo harían de cualquier otro evento espectacular, gratuito e impactante estéticamente, aunque este hasta les permite empatizar con las emociones de unos devotos que acaban siendo parte activa de un auto sacramental callejero; asociar a la mayoría de los asistentes a los desfiles semanasanteros a un fervor religioso sería cosa del pasado, en el supuesto de que alguna vez lo haya sido.

A partir de ahí, enmarcar la polémica sobre el cartel va de soi. El cacao maravillao hace que se mezclen públicamente opiniones sobre si debería ser representativo de un evento religioso, con otras que lo contemplan como una fiesta popular en las calles de una ciudad de rancio abolengo que convive con una hipocresía social que alcanzó su cénit cuando hace no tantos años fue capaz de alumbrar un asunto tan turbio, doloroso y manipulado por algunos intereses espurios locales como fue el caso Arny.

Para colmo, la polémica ha transcendido las fronteras de la ciudad y se ha instalado en el resto del país con un amanerado desconocimiento de la sociedad sevillana, centrándose en el campo de la homofobia, algo de lo que discrepo totalmente, y tanto los medios conservadores de más allá del sur, como los progresistas, han mostrado la arrogancia de un centralismo que en este país no acaba de ser superado. Es erróneo, y hasta injusto, calificar de homófoba a una sociedad como la sevillana que ya ha demostrado ser capaz de abrir el liderato de la gestión de sus intereses municipales a la diversidad afectiva y sexual.

Vamos a opinar sobre el cartel, tanto desde la óptica que lo contempla confeccionado para una fiesta religiosa, como de la que lo hace para una fiesta popular, distinguiendo su estética, siempre respetable, de su idoneidad.

Si aceptamos que el cartel busca ser representativo de una fiesta religiosa, la de un club de creyentes en un más allá que con su poder fáctico -el cofrade- controla ostentosamente la ciudad durante unos días con el respaldo de los poderes públicos, sea cual sea su color e idelología, mi opinión es que la obra podría ser considerada como no representativa de un evento tradicional como es la Semana Santa cristiana.

La imagen plasmada voluntariamente por el artista, según sus propias palabras, acaba siendo la de un efebo sensual que atrae más por su estética en el marco de la cultura actual sobre los cánones de belleza, que por representar un acontecimiento que celebra la resurrección de alguien que con 33 años de edad de hace dos milenios estuvo enterrado durante tres días tal como sugiere el mayor libro de ficción histórica jamás escrito, la Biblia.

Esta tesis bastante extendida entre los cofrades sevillanos, sin distinción de clases, ni de ideologías, es la que a la vez sostiene como representativa la imagen tallada por Miguel Ángel de un musculado Cristo resucitado, a la que los recalcitrantes trentinos obligaron años después a tapar sus genitales, tal como ha hecho el propio autor del cartel en pleno siglo XXI, lo que nos llevaría a pensar que el ambiente en la iglesia pretrentina de la Edad Media era más abierto de mente que en la actual liderada por un supuesto aperturista Papa Francisco.

El cuestionamiento sobre la idoneidad del cartel por los miembros del club católico apostólico romano, y en su representación por las Cofradías, contemplando a la Semana Santa como un evento religioso que evoca sus creencias y su fe, es no sólo lógico, sino que es merecedor del respeto de los que no pertenecemos a ese club, tal como nos gustaría que ellos hicieran también con nosotros en mor de una auténtica tolerancia mutua.

Ahora bien, si contemplamos el evento como una fiesta popular abierta en su participación, a diferencia de la Feria de Sevilla que transcurre en un recinto determinado, con la mayoría de las casetas con un cartel colgado, física o virtualmente, sobre el derecho de admisión, evento en el que una buena parte de los asistentes se mueve entre el agnosticismo y el ateísmo, habría que exigir que como en el caso de cualquier otro, el cartel se adaptara a los tiempos en materia cultural, incluida la estética. Desde esta óptica, el cartel llega a resultar bastante timorato al tapar las partes pudendas del modelo, dando a entender así que Sevilla no estaría preparada culturalmente para dar un salto al futuro.

Sevilla es una ciudad cuya sociedad se caracteriza por tener una idiosincrasia de perfil conservador, no sólo los miembros del colectivo de creyentes, pero por mis experiencias de más de dos décadas viviendo y disfrutando de ella puedo afirmar que lleva integrado en su ADN el gen de la modernidad, tal como ya demostró con la celebración del evento que la puso a las puertas del siglo XXI, la EXPO92. Ahora bien, si el amplio segmento de ciudadanos que quiere elevar a Sevilla a una posición destacada en el escenario internacional de la modernidad avanzada no es capaz de imponerse hoy al de los capillitas más retrógrados, la batalla del siglo podría estar perdida por ahora y la asignatura seguiría pendiente de ser aprobada.

Si admitimos que la Semana Santa es una fiesta popular, el cartel sería tan válido como cualquier otro, aunque no tan deseablemente disruptivo porque el artista se habría amoldado a lo políticamente correcto más que a los intereses culturales de la propia ciudad. Mucho más modernos y rupturistas desde hace décadas serían los carteles creados para diferentes eventos celebrados en la ciudad por parte de otro gran creativo, Manolo Cuervo.

Ahora bien, y aunque en el fondo la polémica es más ficticia que real y no soporta la prueba del algodón desde la vertiente cultural porque la obra no llega a ser tan libre ni siquiera como lo fueron las de la Edad Media, teniendo en cuenta que Sevilla es una de las mayores ciudades rurales del mundo, hasta el propio Manuel Castell creyó conocerla bien sin vivirla cuando emitió un inútil y costeado Informe “Cartuja 93”, el cartel podría estar lejos de empatizar con la conservadora idiosincrasia sevillana, más allá del terreno al que algunos de manera frívola desde fuera de la ciudad están intentando llevar la polémica.

Tan sólo añadir un par de cosas más. Por una parte, que ojalá que esta  polémica sirviera para airear algunos de los armarios de las sacristías de las cofradías elevando a categoría de normal socialmente la diversidad afectiva, sexual y de género de sus cofrades, asignatura pendiente a la que el Papa Francisco le acaba de poner una alfombra roja, y por otra, que si se tratara de una fiesta religiosa, lo lógico sería que las cofradías sufragaran al menos los gastos variables en los que incurriera el erario, sea local, provincial, autonómico o estatal dado que somos un país constitucionalmente aconfesional, según e artículo 16.3 de nuestra Carta Magna. El que quiera sacar el comodín de los ingresos turísticos que se lo muestre a los establecimientos comerciales beneficiados y si es el de los ingresos públicos a través de los impuestos, que profundice más porque probablemente se elevarían a un montante muy por debajo del de los costes incurridos.