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¿Teléfono rojo? volamos hacia Moscú

La realidad que impone el neoliberalismo advierte que los espacios que puede ocupar son aquellos en los cuales es vigilada por sus propios depredadores sociales.

 

La crisis de Ucrania demuestra que la gestión de los equilibrios internacionales por parte de las antiguas potencias, después de la caída del Muro de Berlín, supone la incapacidad de organizar el caos que genera la nueva versión del clásico statu quo. Los dos bloques tradicionales se reinventan ahora desde una dimensión exclusivamente capitalista superando, por aceleraciones históricas en acumulación, la pragmática creencia de que el interés privado, las brutales transferencias de las rentas del trabajo a las rentas del capital, la exclusión social de las clases más desfavorecidas y la absoluta libertad del trasiego financiero, sería el galvanizador propiciatorio de una comunión internacional basada en el pensamiento único, garante ideológico del control de la riqueza por las minorías organizadas.

Empero, existen fantasmas en este mundo de mercaderes globalizados que al igual que en la obra de Ibsen Cuando despertemos los muertos, se constituyen en personajes simbólicos a modo de presencias perturbadoras que socavan el mundo que habitan recordándonos que la realidad superficial no es lo que parece ser. De esta forma, se reencarna la vieja beligerancia que imprime el egoísmo de las élites económicas locales trufado en los añejos moldes  del poder militar, el control geoestratégico y la influencia autoritaria de unos nacionalismos y etnias sobre otras como recursos de los paradigmas tradicionales del reparto privado de la riqueza a través de una impuesta división mundial del trabajo.

La propaganda, como otrora, organiza a las masas situándolas ante el espejismo de que su movilización corresponde a unos objetivos patrióticos y generales,  aunque en el fondo se compadecen más bien con los de aquellos grupos que han hecho de los conceptos ideológicos y democráticos piezas utilizables en esa gran partida de monopoly que llevan a cabo. Son escenarios donde no se deja al margen la verdad, ni se ignora la verdad, sino que se está en contra de la verdad con el doloso objetivo de perjudicar a los muchos para favorecer a los pocos. El mundo se ha organizado, por la influencia de las élites, en torno al estipendio de la ocultación o el fingimiento de los propósitos. Como afirmaba Julián Marías de la Europa de los años treinta del pasado siglo, la espesa cortina de mentiras oscureció la realidad, cerró el horizonte, produjo alteraciones en los que las recibieron, hizo posible los grandes desastres, que acaso se hubiesen podido evitar, si esas mentiras se hubieran descubierto y mostrado.

No son batallas que libre un pueblo contra otro, una cultura contra otra, una ideología contra la opuesta, una filosofía frente a la contraria, en realidad, los grupos que combaten comparten las mismas metafísicas, sólo que les puede la voluntad de poder que proclamara Nietzsche, una voluntad de poder que siempre consiste en expandirse, en querer siempre más. Son minorías poderosas que luchan contra sí y que han conseguido, en ese ideal común, que se haya abolido el conflicto social, la voluntad transformadora de las clases populares para que los auténticamente damnificados por esos conflictos no luchen contra ellas. Como en aquellos viejos mapas en los que en medio de grandes espacios vacíos se leía Hic sunt leones (Aquí hay leones), la realidad que impone el neoliberalismo advierte a la ciudadanía que los espacios que puede ocupar son aquellos en los cuales es vigilada por sus propios depredadores sociales y que en eso consiste su libertad.