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Tres claves para salir de la crisis

Si algo hemos sacado en claro de esta pandemia es que hay que escuchar a los expertos.

 

 Se nos viene encima. Nadie puede hacerse ilusiones ya. Los datos han estado ahí para quien ha querido verlos. A los imprudentes les llega su San Martín y a los ahorradores, quizás, una cálida sensación de alivio. Y pese a que ella pudiera ser precaria y tensa, no deja de ser mejor que saberse abocado al desastre. Los países más golpeados por la Crisis de 2008 son los que se las esperan más crudas. España, junto a Italia, de los primeros. Sin haber alcanzado una estabilidad presupuestaria que a día se antoja más lejana, y sudando lo indecible para controlar el peligroso alza de los déficits públicos empleando el palo y la zanahoria para que los diecisiete ‘estaditos’ hagan sus deberes y en Bruselas no nos pongan mala cara cuando vayamos a mendigar más dinero para pagar los ERTE, las perspectivas no son buenas. Diga lo que diga el Gobierno. Es hora de aceptar esto.

Y aunque las crisis suelen ser el punto de partida para cambios necesarios, crisis son y el sufrimiento que llevan consigo para la población es insoslayable. En esta tesitura, con los dos principales sectores que sostienen el PIB (el Turismo y la industria automovilística) peleando para sobrevivir, el empleo en caída libre y el Gobierno rogando a Dios por hallar la forma de poder pagar las Pensiones y el sueldo de los funcionarios para que no se le echen encima la temporada que viene, es hora de reflexionar seriamente sobre cómo encaramos la situación. Y no estoy hablando el caricaturesco ejercicio filosófico de ponernos a discutir sobre el sexo de los ángeles, sino de cuáles son los ejes principales sobre los que deben ir las locomotoras del cambio en el momento inmediato. Al fin y al cabo, la gente está ya muy escarmentada como para que venga ahora la clase política a decirle que tiene que sacrificarse y vivir peor para que las generaciones venideras -que no existen- lo hagan mejor. El aquí y el ahora es fundamental.

 

LOS PROFESIONALES EN EL GOBIERNO

Si algo hemos sacado en claro de esta pandemia es que hay que escuchar a los expertos. A la hora de la verdad, sólo el conocimiento informado puede proporcionar soluciones saludables y perdurables. En cualquier ámbito de la vida. Por eso, ha llegado el momento de que los ciudadanos exijamos que los políticos que nos gobiernan en las áreas de responsabilidad más importantes sean profesionales en la materia. De la misma forma que es inconcebible que un ministro de Justicia no sea un Jurista, tampoco lo es que un ministro de Sanidad no tenga la carrera de Medicina. De ahí hacia arriba. Hemos distorsionado tanto la Democracia que hemos llegado al punto de confundir la igualdad de oportunidades con la adjudicación a dedo de puestos de responsabilidad a auténticos incompetentes. En momentos duros como este, donde las vidas de millones de personas dependen de las decisiones que tomen unos pocos, no es recomendable sino obligatorio que esos pocos sean los mejores, y accedan a sus puestos por criterios de mérito y de capacidad, no desde luego en función de los caprichos del gobernante de turno. Una reforma legislativa para que los cargos ministeriales exijan titulación superior en el área del saber sobre el que versan es una reivindicación que debería tener a los ciudadanos en la calle.

Porque son estos criterios profesionales los que deben guiar la recuperación, y no las soflamas propagandísticas destinadas a captar votos, más preocupadas de conservar el poder del político que las emite que de resolver de verdad un problema que -no es descabellado- en determinados casos el que tiene el cometido de arreglarlo está más interesado en agravar. La demagogia y el populismo son, hoy por hoy, el enemigo más encarnizado de la toma de decisiones racionales y basadas en el conocimiento.

 

REINDUSTRIALIZACIÓN Y EMPRENDIMIENTO

La excesiva dependencia de España del Sector Servicios se evidencia ahora como un arma doble filo. Y nos hemos hecho daño con el filo que más corta. Cuando el centro de gravedad de millones de puestos de trabajo estornuda, toda la economía se resfría. Y a falta de barricadas revolucionarias en el París decimonónico, buenas son las reformas económicas. No descubro América si digo que el Sector Terciario debe dejar de ser casi el único sostén del sistema productivo español. Es algo con lo que estarán de acuerdo casi todos, sean de la ideología que sean. En lo que seguro que no hay acuerdo es en la manera de encarar el problema. Y es que uno de las cargas más pesadas con las que cuenta este país es el haber interiorizado la idea preconizada por determinados grupos políticos de que el empresario es alguien ‘malo’. En consecuencia, el continuo hostigamiento social a todo lo que suene a ‘generar riqueza’ no va a proporcionar como resultado, milagrosamente, que esta riqueza aparezca de la nada. Y si fuera tan sólo un mero discurso el emprendedor o el inversor podría darse con un canto en los dientes. Lo peor llega cuando se comprueba desagradablemente lo difícil que es emprender, invertir y hacer rentable un negocio en España. Sea pequeño, mediano o grande. Las innumerables trabas burocráticas, el desquiciante número de trámites a realizar y el apabullante papeleo no son más que la punta el iceberg que apenas deja emerger la arbitrariedad con que un Sector Público sobredimensionado impone su voluntad sobre el resto de los agentes sociales. Desde el particular hasta la gran empresa.

En vista de lo cual, hoy tratar de invertir en España constituye toda una heroicidad. Y no nos engañemos, aquí no se va a reindustrializar nada mientras la burocracia no se reduzca, el peso del Estado disminuya, le presión fiscal baje y el dinero de los Presupuestos Generales del Estado se destine a cosas útiles, como ayudar a los emprendedores o desarrollar polos de industrialización, y no satisfacer la agenda ideológica de los partidos políticos, más preocupados por editar manuales de ‘lenguaje inclusivo’ que por ayudar a quien realmente lo necesita. Mejorar la comunicaciones, invertir en I+D+I y reestructurar el sector agroalimentario, junto con la revisión de la política relativa a los caladeros pesqueros se antoja imprescindible. Esta es la auténtica emergencia social, que es obligatorio atender. Sólo así se generarán tanto la riqueza como los puestos de trabajo necesarios para aliviar, cuanto menos, los duros ajustes que aguardan en el horizonte.

 

DERECHOS SOCIALES

Las libertades no son nada si no pueden hacerse efectivas. Cada crisis que sufre España grava esta realidad con fuego en nuestro costado. La austeridad, como se ha visto, no puede ser nunca la solución, toda vez que es claro que sólo se aplica a determinados sectores de la sociedad mientras otros siguen disfrutando de opíparas comidas. Continuar por dicha senda tan sólo proporcionará alas a los populistas, cargados con soluciones simples para problemas complejos. Muy seductoras para quien se halla desesperado. Por eso, las soluciones que se pongan encima de la mesa no pueden ir encaminadas a blindar los derechos sociales, entre los cuales hay que incluir, sin excepción, la Educación y la Sanidad. Recortar o menoscabar ahí donde radica la semilla del porvenir constituye un auténtico suicidio y una tremenda injusticia, pues sabido es ya que unos se aprietan el cinturón más que otros. No puede ser el objetivo mantener lo que ya se tiene sino expandirlo a las capas sociales que, desgraciadamente, hoy por hoy, siguen en el umbral de la pobreza, se encuentran en riesgo de exclusión social y malviven en barrios deprimidos carcomidos por la delincuencia, la drogadicción y el fracaso juvenil.

Tanto más por cuanto que es una asignatura pendiente de las autoridades políticas dignificar a esa generación perdida que es hoy la que se halla entre los 25 y los 30 años (cuando no los supera) que no puede encontrar trabajo y no alcanza otra alternativa que aceptar estoicamente trabajos poco cualificados, mal pagados y con una precariedad absoluta que le obliga a vivir en casa de sus padres hasta edades avanzadas pese a ser, según se ha dicho a bombo y platillo, ‘la generación más preparada de la Historia’. Lo cual no se logrará jamás persistiendo en la nefasta costumbre del Estado español de gastar como si no hubiera un mañana para endeudarse hasta las cejas y que luego se tengan que imponer ajustes que perjudiquen a otros que no son, a buen seguro, los que gastaron impudentemente. Sólo se podrán implementar de manera perdurable generosos programas sociales para toda la población cuando el país goce de una amplia riqueza que redistribuir. Prometer la salvación a costa del erario público cuando no se tiene un céntimo constituye una mentira criminal cuyo coste debiera endosarse a las nóminas de quienes prometen para no cumplir.

Este, amigos míos, es el único esquema posible que puede seguir España para capear el temporal y recuperarse lo antes posible y con el menor daño de los malos tiempos que vienen. Aunque sólo fuera por evitar un rescate que, si nadie lo remedia, se producirá y dejará tras de sí unas consecuencias desastrosas de las que la población tardará generaciones en recuperarse. En tiempos de ‘emergencias’ y ‘luchas ideológicas’ de toda laya, los españoles hemos de tener muy claras cuáles son las prioridades y cuándo hay que salir a la calle sabiendo qué exigir. Este es uno de esos momentos. De nosotros depende.