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Un alcalde de pueblo

Beber en la calle, atiborrar el centro de tráfico, suprimir carriles bici, son las grandes apuestas de Sanz para la Sevilla del futuro, todo adobado con macetas.

Sevilla no se puede permitir tener un alcalde de pueblo. Cuando digo alcalde de pueblo no lo hago en demérito de las villas, aldeas y vecindarios que además del deleite estético de sus geografías y piedras seculares ofrecen la oportunidad de apacibles existencias sin estrés ni taquicardias. No, no es eso. Es, simplemente, la imposibilidad de gobernar lo grande con la psicología y la actitud de lo pequeño, sin menoscabo de lo pequeño, es cuestión de inoportunidad. José Luis Sanz Ruiz es un alcalde de pueblo, metido en la gestión de una ciudad universal como Sevilla y eso se nota y se notará más progresivamente.

Las primeras controversias de su mandato en el ámbito del Festival de Cine, la Feria del Libro, el rechazo a optar a un evento de la red líder mundial de viajes de lujo, demuestra la necesidad del primer edil de espacios confortables a su ramplonería conceptual del municipio como el ritornelo de la Sevilla sucia, más barrenderos y macetones de aspidistras. Es la vertebración de la ciudad como renuncia y apelación a lo superfluo como las virtudes del machadiano don Guido, maestro es refrescar manzanilla y devoto de la sangre de los toros y el humo de los altares. Sevilla retrocede sin que la mayoría de los sevillanos vean sus intereses reflejados en la gestión de la corporación derechista. El programa de Sanz no puede ser más macarra: que la gente beba en la calle, porque según el primer edil hispalense es una parte importante de la idiosincrasia y la cultura de Sevilla. Afirmar que el sesgo identitario de la ciudad de Cernuda, Aleixandre, Bécquer, Machado o Bartolomé de las Casas es beber en la calle es una boutade muy derechista como cuando Ayuso afirma que no hay nada más madrileño que volver del trabajo y tomarte una cerveza con los tuyos en un bar.

Beber en la calle, atiborrar el centro de tráfico, suprimir carriles bici, son las grandes apuestas de Sanz para la Sevilla del futuro, todo adobado con macetas como contribución paliativa a los desarreglos del cambio climático, como la presidenta madrileña. Una ciudad con la Historia de Sevilla, con un sedimento cultural de elevada enjundia, con hijos tan notables que perlan la nómina española literaria y científica, no merece que su idiosincrasia se tome a broma. Si ello es obra de la malicia política o la ignorancia, en ambos casos hay que sonrojarse por cuenta de los que frívolamente maltratan la metafísica identitaria de la ciudad de Almutamid.

Cuando la ciudad deja de ser un símbolo de arte y de orden actúa en forma negativa. La confección del plan de la ciudad implica la tarea más vasta de reconstruir nuestra civilización. Las urbes son el lugar idóneo para desplegar las políticas culturales ya que es donde se producen la mayoría de las interacciones humanas. Porque, además de ser un mecanismo eficaz de crecimiento personal, la cultura contribuye al desarrollo de una comunidad, creando sociedades más abiertas y cohesionadas. Como dijo Lewis Mumford, la principal función de la ciudad es la de transformar el poder en forma, la energía en cultura, la materia inerte en símbolos vivos del arte, la reproducción biológica en creatividad social.