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Un hogar en el libro de Antonio  Rivero Taravillo

Sería un verdadero acierto elegirlo director de las próximas ediciones de la Feria del Libro hispalense. Su capacidad intelectual y oficio es una garantía.

 

La lectura de esta amena e interesante obra se lo debo a mi buen  amigo, escritor, dinamizador cultural y librero-editor, Fran Nuño, algo que agradezco como tantas otras acciones dentro del mundanal y estrepitoso oleaje del sobrevivir del libro.

Adentrarse en su espacio complejo y a la vez comercial, el del libro, la verdad es algo totalmente especial, por poner un ejemplo con el de las inmobiliarias y sus sobornos propios de agarra el dinero y corre, que tengo amigos importantes que me echan un capote.

Escribir un artículo sobre estas amenas memorias significa dedicarle justo tiempo, atención y aventura por considerarlas una obra tan necesaria siempre en esta ciudad de Sevilla, donde la cultura de la palabra escrita por aquel año del 2001, que fue cuando se inauguró la Casa del Libro en la capital hispalense, es una recuperación de un tiempo vivido para quienes amamos la lectura y la palabra bien escrita.

Recuerdo aquella noche, estando situado en la primera planta del abarrotado edificio, compartiendo opiniones con el presidente, en aquella época, del Ateneo de Sevilla, mostrándonos alegres del desafío cultural, y a la vez sorprendidos, meditando lo que podría significar para la metrópoli esta apuesta por la lectura, abriendo camino al andar, hacia el espacio de la buena literatura escrita que buena falta hacía en la ciudad, eso sí, respeto total a las clásicas librerías de aquellos tiempos.

Al frente de ese desafío, Antonio Rivero Taravillo, que mostró su amplio bagaje cultural, de larga sustancia y conocimiento de la vida y su universo, siempre sin final en la creatividad de la palabra bien escrita.

En los múltiples ejemplos por los que discurre la historia, no podía faltar la Feria del Libro sevillana y su trastienda, hasta crear realmente la constitución de una verdadera y demencial lucha que con pulso firme de quien eso escribe, en la polémica asamblea decisiva, encontrándose la Feria entre las manos de un verdadero malversador de fondo comunes. Un personaje de los de coge el dinero y corre. Baste como ejemplo, pasar una factura anual de mil euros en sellos de correos, entre otras imperiosas decisiones como notaría y juzgados, llevando al nefasto gestor y su fiel amigo, el director del evento, muñeco manejable de chaquetas de quita y pon.

Las vivencias del libro llevan al lector a través de un periplo ameno como puede ser el dibujo de Pepe Cala que solo se lavó el día que lo bautizaron. El inolvidable Maeso, director de las Festivales de Itálica, entonces el que firma esta crónica era el Secretario Gerente de la ciudad romana, cuna de los emperadores Trajano y Adriano. La rehala de poetas, buenos y regulares, mirándose el obligo. Los jurados de premios, hoy por ti mañana por nosotros, tertulias literarias bien montadas, «En fin, el mar», como cantó el poeta tras el asesinato del Che Guevara y los cronopios y famas de Julio Cortázar

Un libro recomendable para todos aquellos y  aquellas que trajinan por el mundo del libro, con la defensa del autor ante su discutida destitución como director de La Casa de del Libro, gran conocedor de ese mundo, por lo que sería un verdadero acierto elegirlo director de las próximas ediciones de la Feria del Libro hispalense. Su capacidad intelectual y oficio es una garantía.